Cada faro del mundo tiene una luz única, irrepetible. Cada destello, cada haz de luz, cada sucesión existente, es genuina e identifica a ese faro como exclusivo. Así, de lejos, los hombres de la mar pueden saber qué puerto están a punto de alcanzar. El faro, en realidad, con su morse de luces, lo que está es gritando su nombre. Seguramente las personas somos un poco como los faros, y emitimos unas señales únicas y exclusivas, aunque al revés. Dependiendo de qué barco se acerque. Porque los humanos pensamos y, sobre todo, sentimos, y ni apetece ni es justo recibir a todo el mundo por igual, ni siquiera apetece recibir a todo el mundo con brillos y destellos. Hoy ya huele a Septiembre en vena, a reencuentro, a rutina en ciertos casos, a nueva temporada o nueva serie de televisión, decíamos ayer. Yo no sé mucho de la vida, pero supongo que la clave está en quedarse cerca de aquellas personas que te hacen brillar como el mejor de los faros. La felicidad es el ansia de repetir, como pone en aquel libro perfecto de Milan Kundera. Brillen ustedes mucho.