En el monasterio todos dormían. La luna se había ocultado por una niebla que había desembarcado, como los piratas de antaño, por Cabo de Palos y había convertido una tarde de verano en una noche de ánimas. Aquella noche de San Ginés, en pleno siglo XX, no había motivos para temer las incursiones berberiscas, pero nadie conciliaría el sueño en un lugar del que se contaban tantas historias de hechos inexplicables si no fuera porque a las diez el Tío Paco, echaba los cerrojos y los candados.

Mientras Antonio, El Andaluz estaba de guardia, su mujer despertó sobresaltada. En la cocina se escuchó un golpe. María se levantó, aprovechó para echar un vistazo a su hijo que estaba en la cuna y el susto se convirtió en terror. Sintió que algo arrastraba las sillas. Asustada cogió al crío y se metió en la cama. A medio kilómetro de distancia, su marido sintió como el corazón se le desbocaba cuando escuchó unos pasos en el suelo, notó que alguien muy cerca de él pisaba el vinagrillo, acercándose. Asustado preguntó: «¿Quién va?» Pero no tuvo respuesta. Entonces recordó que contaban la historia de un hecho idéntico que le ocurrió a un trabajador una noche en los huertos, cuando una voz cavernosa le dijo imperativa: «Sígueme». Aquél hombre, sin ver nada, siguió los pasos que se dirigían hacia el mar hasta que ya no soportó el miedo y huyó a su casa, se metió en cama y enfermó, perdió la cabeza y decían que murió a las pocas semanas. Acordándose, salió corriendo a su casa. A lo lejos, vio la silueta de un hombre muy alto que corría, no conoció a Paco el Largo ni quiso acercarse a él por miedo.

Cuentan las crónicas que los ángeles ayudaron a un asceta llamado Ginés a construir una ermita junto a la cueva donde se refugiaba. Había venido de Francia y se quedó a vivir en el Monte Miral, un enclave considerado mágico desde la prehistoria hasta la actualidad Hoy quedan restos de cinco de las nueve ermitas hace siglos levantadas. Aquella noche el Monte Miral apenas se veía por la oscura niebla, pero Paco El Largo no dudó que un grupo de gente caminaba en fila de dos por la ladera, portaban algún tipo de antorchas y parecían venir hacia donde él estaba. Recordó lo que le habían contado de la Santa Compaña, un grupo de almas en pena que aparece augurando desgracias, alguna muerte o castigo para algún pecador. Salió corriendo a encerrarse tras los muros del convento. Al pasar por la cruz, le pareció ver a un hombre que le hacía señas, llamándolo. A él le decían ´El Largo´, pero cuando aquél se levantó resultó ser casi un gigante. Mientras huía pensaba que la procesión de los muertos y aquél hombre venían por él, por haber entrado en aquella cripta bajo el altar de la iglesia. Vio aquello por lo que ahora seguramente le pedían cuentas.