Cuando a usted o a mí se nos 'cuelga' el ordenador (o el móvil) solemos proceder a su reseteado, a saber, lo apagamos unos segundos y lo volvemos a encender, resultando habitualmente un éxito tan sencilla operación, pues el aparato vuelve a funcionar con normalidad. Sirva esta metáfora para explicar lo que acontece con el Régimen político del 78: se ha quedado colgado, institucionalmente hablando, de suerte que estamos ante una parálisis política que amenaza con conducirnos a una repetición ininterrumpida de elecciones generales durante los próximos años. Ello ocurre porque el Régimen no termina de morir y lo nuevo carece de fuerza para imponerse definitivamente. Los electores del PP, Ciudadanos y una parte del PSOE enfatizan el mantenimiento del orden existente. Unidos Podemos, las Mareas, otra parte del PSOE y los nacionalistas estarían con su voto apostando por un replanteamiento del modelo político, social y territorial vigente, con vistas a su superación. Cada una de estas dos partes parece incapaz de imponerse sobre la otra. Existe un empate político que ha provocado el bloqueo del sistema.

El dedo encargado de proceder al reseteado ha sido el de Ciudadanos, partido surgido de las entrañas del IBEX 35 precisamente con la misión de captar el voto que pudiera perder el PP por la corrupción, así como servir de tegumento para una gran coalición que de un modo u otro abarque al PP y al PSOE. En la breve legislatura anterior, el acuerdo Sánchez-Rivera pretendía contar al menos con la abstención del PP. El pacto que podrían formalizar ahora Rivera y Rajoy aspira a la abstención del PSOE. Formas distintas de una alianza amplia de fuerzas sistémicas con la intención de que eche a andar un remozado Régimen del 78. Porque, efectivamente, los 6 puntos de Rivera sometidos a consideración del PP(recibidos por este partido con la indolencia y desdén propios de quien realmente aspira a unas terceras elecciones) suponen una regeneración democrática 'low cost': no entran en el fondo de la cuestión al no abordar una Ley Anticorrupción digna de tal nombre ni una nueva Ley de Financiación de los Partidos Políticos, además de limitar la investigación por corrupción al caso Bárcenas. Por supuesto, obvia las cuestiones sociales y territoriales que están en el origen de la crisis política actual. Y a lo más que aspira es a incorporar algunos de los puntos del acuerdo PSOE-Ciudadanos de febrero para terminar de seducir a las gentes de Sánchez.

Con todo, el mayor problema en la tesitura presente lo tiene el PSOE. Este partido, mayoritariamente se quiere colocar políticamente en una solución 'de Régimen', pero razones estrictamente electorales le impiden dar el paso. De ahí que sostenga reiteradamente una cosa y su contraria, reflejo del desconcierto en que está sumido. Una parte de su electorado y militancia no admitiría un acuerdo, por tácito que fuese, con PP y Ciudadanos, máxime con el aliento de Unidos Podemos y las mareas en el cogote de la dirección federal socialista. Pero por otro lado, su condición de partido 'de orden' le empuja a dotar de estabilidad al sistema, como reclaman insistentemente las viejas glorias del partido y una buena parte de su baronía. Con un problema añadido: si finalmente vamos a nuevas elecciones, a los ojos del electorado el principal responsable de las mismas será el partido incapaz de pactar con su derecha y con su izquierda, con el coste electoral que esta percepción social pudiera acarrear a efectos de utilidad del voto socialista en un contexto de ausencia de mayorías absolutas.

En cualquier caso, el escenario parece más despejado que hace unas semanas: o el PSOE se abstiene en la investidura o vamos a nuevas elecciones. Son dos opciones que favorecen la continuidad del Régimen, pues el PP podría salir reforzado de una tercera convocatoria.

El problema radica en que, al igual que ocurre con ordenadores o móviles, el reseteo del Régimen puede enmascarar su deterioro definitivo y retrasar la ineludible decisión de hacerse con uno nuevo.