Acabamos de entrar en el tercer acto de esa ópera bufa protagonizada por los británicos después de un primer acto marcado por la aparente astucia de un tonto, o sea, David Cameron, que en el segundo acto se ve sobrepasado por una circunstancial alianza entre el feo, el nacionalista del UKIP Nickel Farage, y el auténtico malvado de la representación, el exalcalde de Londres Boris Jonson, que traiciona en el último momento sus convicciones y a su antiguo compañero de colegio, provocando su caída definitiva. Ahora asistiremos a la inevitable resolución de la trama, con la caída en la irrelevancia de la otrora omnipresente Gran Bretaña y el ascenso imparable de los alemanes al liderazgo de la más poderosa confederación de naciones que haya contemplado la Historia.

Ya lo dijo el malvado Boris -cuyo histrionismo no oculta ante nadie su absoluta carencia de escrúpulos- en la que sin duda puede que llegue a ser una de las profecías autocumplidas más aleccionadoras de la reciente Historia: la UE no es sino el último intento de Alemania por hacerse con la hegemonía del continente europeo. Y digo profecía autocumplida porque eso es lo que va a suceder, pero precisamente gracias a la salida de Europa de una estupefacta Gran Bretaña, que se ha dirigido hacia el Brexit con la misma falta de conciencia que la de un funámbulo que se pasea por el tejado para finalmente precipitarse al vacío, abriendo los ojos cuando ya es inevitable el castañazo contra el duro asfalto.

La Confederación Europea (qué manía la de llamar Unión a algo que es un modelo de libro de una confederación) se ha soportado hasta ahora en tres grandes pilares: el alemán, el francés y el británico. Los alemanes, muy proactivos en Europa desde la entrada en funcionamiento del euro por lo que les va en la fiesta, utilizaban a los británicos como elemento compensatorio antes los furores intervencionistas de Francia, donde la nación es sinónima del Estado y el Estado es sinónimo de Administración Pública. Ese equilibrio de fuerzas se ha roto, coincidiendo además con una extremada debilidad de Francia, atacada del mal intervencionista y pagando las consecuencias, injustamente, de una política de integración de su inmigración musulmana en gran parte fallida.

Así pues, con ese aparente automatismo y falta de previsión con el que la Historia del mundo avanza, un encadenamiento de acontecimientos en gran parte ajenos a la propia voluntad de su protagonista principal, Alemania, nos lleva finalmente a una integración del Continente europeo de la mano del principal derrotado las dos grandes guerras mundiales, gracias al abandono de sus responsabilidades por parte de quien fue, precisamente, el gran ganador de ambas.