Contemplar los movimientos de las atletas de la gimnasia rítmica que compiten en Río es como asistir a un espectáculo de magia. Lo normal es que en los deportes haya competición y que el duelo adquiera las connotaciones épicas de la disputa entre países por las medallas, ya que el metal parece tener las mismas propiedades que la tela de las banderas. Pero en la gimnasia es diferente. Aunque cada movimiento valga puntos y cuente en la clasificación, ver a las chicas cómo saltan, dibujan tirabuzones en el aire, rebotan sobre unos pies que parecen alas y vuelan sobre la barra, poseídas de una fuerza que nos está negada al resto de los mortales, resulta un prodigio. Sin embargo, es difícil ignorar una punzada de culpa al disfrutar de un espectáculo que es fruto la esclavitud y las privaciones a las que se ven sometidas las gimnastas desde muy pequeñas. Por eso resulta tan reconfortante ver cómo sonríen las chicas americanas. Se les nota más musculosas y mejor alimentadas. Ellas parecen felices.