Hay algunos libros -pocos por cierto- que he comprado y leído en mi vida exclusivamente por el título. Uno de ellos se llama La primera guerra mundial: sin un final a la vista, o cualquiera que sea la traducción exacta al español del estupendo libro de Frank Furedi The First World War: no end in sight. Un título de lo más sugerente que viene a demostrar, por si hiciera falta demostración alguna a estas alturas, que los grandes conflictos que hoy vivimos en Oriente Medio, las guerras balcánicas de los noventa e incluso los conflictos de Rusia con Ucrania, o el mismo Brexit , no dejan de ser extensiones en el tiempo de los conflictos que desataron y de las consecuencias que trajo la primera gran guerra mundial.

De aquella gran guerra se dijo que iba a ser «la guerra que acabaría con todas las guerras». La ironía está en que aquella gran guerra fue la semilla de las guerras posteriores, en primer lugar por la humillación alemana que fructificó en el amargo fruto de la segunda guerra mundial y también de la división artificial de los territorios actuales de oriente medio fraguado en el pacto Sykes-Picot.

Lo peor de todo esto es que aquí estamos nosotros sentados en lo que tendríamos que empezar a ver como un oasis de positivismo político llamado Unión Europea y rodeados de imperios en decadencia, afanados una vez más en solucionar conflictos nacidos y no resueltos hace más de cien años. En primer lugar, los turcos, que vieron cómo su imperio se desmembró por obra y gracia de su derrota en la Gran Guerra y por el reparto de sus territorios entre las tribus árabes que les combatieron en alianza con los británicos y franceses. Los rusos, que se desentendieron de la Gran Guerra para construir después un imperio soviético que sigue desmoronándose sin un final a la vista, a pesar de ese personaje autoritario de nuevo cuño llamado Vladimir Putin y su nostalgia por el imperio soviético. Y ahora los británicos, que reivindican sus glorias pasadas sin aceptar del todo la terrible humillación que para ellos supuso la pérdida del imperio de ultramar a cambio del apoyo norteamericano en la segunda guerra mundial.

En fin, guerras, conflicto y división en los tres imperios en decadencia que nos rodean: el ruso, el turco y el británico. En este entorno, parece una auténtica bendición para nosotros, antiguo imperio ya decaído, estar inmersos dentro del impulso estratégico de construcción de algo más grande y más importante que nuestros propios recuerdos de grandes glorias pasadas. Y es que no hay nada más disgregador que la decadencia.