¿El lenguaje? El lenguaje no es inocente. No, no. Ni un pelo tiene, el lenguaje, de inocente. En el patio de Soto del Real te lo podrías encontrar un día de éstos, al lenguaje, no digo más. Jugando al dominó con tres ex-tesoreros, por ejemplo. Fumando sin boquilla. Menudo es, el lenguaje, queridos amigos. Si tuvieseis que elegir una sola idea de todos estos articulillos con que os presiono los martes (y llevo ya más de tres años haciéndolo), yo os recomendaría ésa: la de que el lenguaje no es inocente. Qué pijo inocente. Si no hay más que verle la cara. Quiá. El lenguaje no es inocente. Publicistas y poetas lo pueden corroborar. Hasta la frase más inocente puede esconder un camino para llevarte a algún huerto. Los sinónimos no existen. A poco que rasques la superficie de dos vocablos que tú creías iguales, te encuentras connotaciones diferentes, isótopos radiactivos. ´Corpulento´ puede parecer lo mismo que ´robusto´, pero adivinad cuál de los dos adjetivos ha usado mi colega, Ginés ´el Mollas´, para describirse en adoptauntio.com. No sabe ná el Ginés. Lo ha aprendido de todos esos ministros poetas que llamaron a flexibilizar el mercado liberal, uy perdón, laboral a regalar el despido. Que llamaron desaceleración a la crisis. Reestructuración del sector bancario a alicatarlo de billetes. Investigado a imputado. Hembrista a feminista. Etecé. Darle una capa de pintura al lenguaje del Poder es, ya vemos, la mar de fácil. Darle una de caca al de quienes luchan contra él tampoco es imposible. Tan solo es necesario apropiárselo, erosionar su significado, neutralizarlo. Albert Rivera, por ejemplo, hablando de «representar el cambio» hasta solo unos días antes de dar el sí a Rajoy, a cambio del enésimo brindis al sol (uy, perdón, «paquete de medidas») contra la corrupción. Simpatizantes poetas del PP celebrando la victoria del 26J con el «¡Sí, se puede!». Muchos ejemplos. El que yo quería traer hoy aquí a la tabla de cortar es el de ´la participación´. Porque se me enamora el alma. Y es que, amigos, el PP se ha lanzado sin paracaídas al país de la participación. La participación es el nuevo negro. Un must. Cuando decimos ´participación´ y el tema de la conversación es la política, a uno se le vienen a la cabeza los procesos cívicos sobre los que nuestro país se ha convertido en un inmenso laboratorio en los últimos años. Asambleas de plaza. Foros digitales. Horizontalización de la toma de decisiones. Quincemayismo. Movimientos vecinales. Bien. Ése es el campo (más bien el huerto) semántico al que los poetas y publicistas del PP quieren llevarte. Pero que no se te olvide que, con el diccionario de la RAE en la mano, participar significa «tomar parte en algo», así que ir a misa (con su murmurar rezos en común, con su darse la paz, con su levantarse a por la hostia) también entraría en esa definición. Levantemos el corazón, pues. La última está teniendo lugar estos días. Como el Mar Menor sigue pareciendo guacamole y la gente está empezando a sumar dos y dos (lo de volver a sacar en portada «vertidos cero» va pareciendo ya cachondeo, y solo consigue llenar las redes sociales de vídeos caseros que lo desmienten), pues a algún genio poético pepero se le ha ocurrido salir a repartir propaganda por las playas y llamarlo ´participación´. Ahí tenéis nueve opciones para el futuro de La Manga (ninguna sobre protección de la laguna, claro, no vaya a ser) y podéis ir en paz. Al bar de cabeza, claro. Y que viva la barticipación.