Comer menos y más saludable, bien. Dejar las bebidas alcohólicas con graduación superior a 15%, bien. No fumar casi, o solo un pequeño pecado, correcto. Hacer más ejercicio, y yoga, excelente. Tomarse las cosas con más tranquilidad, al fin y al cabo, todo es efímero. ¡Te pillé! Ahí está la gran contradicción: si todo es efímero, ¿para qué pretender alargar la vida, con dudoso éxito, a través de tantas privaciones y sacrificios? Ruth intenta convencerme sentados en una terraza de Zahara de los Atunes en la que se puede beber una excelente cerveza, "Estrella Galicia", en medio de un caluroso verano. "Te equivocas, lo que importa es la calidad," me dice. "¿La calidad de qué?" le respondo. "La calidad de vida de tu vejez, la calidad tuya y de los que estén contigo." Se hace el silencio. "¿Y quién dice que voy a llegar a viejo o a más mayor, suponiendo que todavía no lo sea?" le espeto. "Las estadísticas" me responde "y esas también dicen que estarás rodeado de gente de tu edad, en tus mismas condiciones, peores o mejores, y de poca gente joven, habrá escasez de cuidadores autóctonos, habrá que traerlos de fuera, ya se traen, y escasez de cotizantes a la seguridad social para que paguen las pensiones, ya se traían pero habrá que volver a hacerlo: estamos en crecimiento vegetativo negativo desde el año pasado." Lo de vegetativo me suena a vegetal y vegetal, en este tipo de conversaciones, me suena a la antesala de la muerte. Ruth me habla de todo esto como si no fuera con ella. "Solo" tiene tres años menos, la mitad de la cincuentena, pero luce como un pincel. En los últimos quince años ha debido dejarse al menos el 25% de su sueldo en gimnasios, cremas, masajes, hidroterapias, entrenador personal, aparatos varios en casa. El resultado: ni un ápice de grasa, mínima celulitis "mira, mira que piernas", vientre plano, brazos musculados pero no mucho, y cuatro maternidades. No está mal para alguien que lleva treinta años dando vueltas por el mundo como auditora financiera. "Todo lo que te has gastado en aperitivos lo tengo yo en este cuello casi sin arrugas" me suelta con gracia. Ruth se murió de un infarto fulminante mientras corría en la cinta de casa, cuarenta y ocho horas después de esta conversación. Sus hijos, mayores y colocados. Su marido, ingresado en una clínica con una depresión abisal. Los amigos decidimos cuidarnos un poco más como homenaje póstumo a ella.