Las sociedades modernas están llenas de gente que se ha quedado atrás. Se sientan delante de la televisión todo el día -ya que han perdido su trabajo o son jóvenes ninis que nunca han tenido uno- y observan llenos de envidia cómo una parte sustancial de sus conciudadanos se las apaña para vivir espléndidamente, adquiriendo y disfrutando con descarada naturalidad de coches, casas, restaurantes, viajes y de un montón de otras cosas que a él le parecen definitivamente inalcanzables. Y entonces, en lugar de salir a la calle a buscar trabajo, se buscan la enésima cerveza, se vuelven a poner delante del televisor, y empieza a repartir culpas a los demás por su situación. Los más culpables, en primer lugar, los políticos. Disputándose con ellos la primera posición, los inmigrantes.

Los hemos visto en el caso del Brexit, donde un montón de perdedores de pueblo, curiosamente en algunas de las zonas con las empresas más subvencionadas con dinero público europeo de toda Gran Bretaña, se han aliado con el único y exclusivo propósito de impedir la entrada de esos inmigrantes -en este caso del espacio común europeo que ahora dejarán de compartir- que supuestamente les roban sus puestos de trabajo y sus bien merecidos subsidios, y que saturan los servicios sociales impidiendo que sus legítimos beneficiarios, ellos claro, los disfruten en solitario y con plena comodidad.

Lo estamos viendo también en Estados Unidos, donde ese político de enloquecido peluquero llamado Donald Trump ha propuesto construir un muro con México que, además, pagarían los propios mejicanos. Desgraciadamente, este movimiento de opinión se está extendiendo como la pólvora, siempre con altas dosis de racismo explícito o implícito, entre distintos países que hasta ahora considerábamos civilizados, consideración que habría que empezar a revisar seriamente.

Pues bien, se equivocan de parte a parte. Como todo fenómeno social, la inmigración tiene sus consecuencias negativas y algunos efectos indeseados, pero en general es una bendición para la economía global y para aquellos países que se benefician de ella. Porque ningún inmigrante deja su patria y se dirige a otra si no tiene expectativas razonables de ganarse la vida. Con lo que, y estos son los datos que manejan los economistas, los inmigrantes producen una enorme riqueza neta en el país que los recibe, porque no estarían allí si alguien no tuviera la voluntad de contratarlo. Y si hay un puesto de trabajo disponible es porque hay un culogordo tomando cerveza, mirando al televisor, quejándose de lo mal que le van las cosas, y que no está dispuesto ni de coña a esforzarse lo suficiente para conseguirlo y desempeñarlo, a pesar de todas las ventajas de partida con las que cuenta.