Libros, periódicos, revistas y todo tipo de artilugios inalámbricos no brindan la oportunidad de sumergirnos en un mar de letras y navegar junto a los más variopintos personajes históricos y novelescos, reales o imaginarios, aprovechando el descanso estival para recordar, revivir, aprender o, simplemente, distraernos y procurar evadirnos de esa parte de la cotidianidad que nos estresa. Leer es en cierto modo detener el tiempo, a la vez que sin apenas sentirlo vamos pasando las páginas de nuestra vida. Entre líneas, amor, amistad, trabajo, cultura? pasajes y paisajes que recorremos o nos detenemos a contemplar. Verano tras verano hacemos acopio de nuestras lecturas preferidas, al tiempo que la vida, siempre espléndida, nos regala otras que no tienen igual. Leer, releer, subrayar, tomar notas?cada cual con su ´señala páginas' personal. Recuerdos y vivencias se amalgaman pasando a formar parte de nuestro bagaje cultural. Un verano más he podido regresar al lugar donde he pasado las mejores vacaciones de mi existencia. Parece que todo sigue igual en este campo sembrado de recuerdos. Al pasar las páginas de la memoria puedo contemplar de manera diáfana los aconteceres familiares. Es como deletrear la vida, volver a leer entre líneas lo subrayado, teniendo en cuenta los espacios en blanco. Cuando escribo es un día más de este caluroso verano refrescado en parte por un viento impetuoso empeñado en airearlo todo pero el tiempo ha dejado escritas las páginas de mi familia -como las de muchas familias- con esa caligrafía especial que tan bien rotula el cariño. Nuestra casa de campo tiene muchas puertas y ventanas que hoy golpetean aplaudiendo a su manera tanta vida. Bajo un limpio cielo azul, el jardín y los parterres rebosan de verde esperanza. Rosas blancas, rosas y rojas se dejan mecer por el aire dando sus pinceladas de belleza al paisaje. Un gran ciprés se levanta ufano apuntando hacia lo más alto. Bajo dos grandes ventanas, casi recostada en la pared, la vieja parra centenaria con su tronco seco y leñoso como surcado de venas henchidas de vida, los pámpanos verdes y fuertes, y racimos cuajados de uvas. El sol desparrama sus rayos de luz y calor por todos los rincones. Es la hora del baño. Los niños se apresuran, los padres se preparan, los abuelos van y vienen, miran, vigilan, acogen. La tarde invita a pasear. Se van cerrando los libros. Entre comillas, ya no es hora de sestear. Las adelfas del jardín bailan al son del aire de un verano en que se sigue escribiendo la historia que quizá se convierta para muchos en lectura preferida.