ivimos una época en nuestro país que carece, en mi opinión, de precedentes en lo tocante al nivel de podredumbre que envuelve la vida política. En el marco de inestabilidad e incertidumbre que ha generado la convocatoria fallida de dos elecciones generales, asistimos a un espectáculo sin parangón, una vez más, respecto de lo que se vive en nuestro entorno europeo occidental. La mayoría de los partidos políticos están representando una farsa cuyos ingredientes esenciales son la mentira, la doble moral y la hipocresía, y cuyo objetivo último no es otro que la preservación de los intereses de los respectivos aparatos y liderazgos, más allá, incluso, de la representación que pudieran encarnar de distintos grupos y agentes sociales.

Comenzando por el PP, estoy absolutamente convencido de que su pretensión no es otra que la de precipitar la convocatoria de unas terceras elecciones generales, aunque obviamente se presente ante la opinión pública como el que mayor animadversión siente hacia esa circunstancia, de la que, en su interpretación, sería el principal damnificado. Nada más lejos de la realidad: la indolencia y holgazanería de la que hace gala Rajoy a la hora de adoptar la iniciativa de trabajarse apoyos parlamentarios no es sólo expresión de las características de un personaje como el presidente en funciones, sino una estrategia muy medida por el PP. Efectivamente, en lugar de buscar el ´Sí´ de Ciudadanos y la presumible abstención del PSOE para facilitar un Gobierno dotado de cierta estabilidad, con lo que ello conlleva de cesiones ante sus interlocutores, el partido de este Gobierno interino se ha limitado a mandar un resumen de su programa al resto de fuerzas 'constitucionalistas', no dejando margen para que el partido de Rivera pueda decantarse hacia el ´Sí´ con el consiguiente reposicionamiento del PSOE. Están convencidos en la calle Génova de que una tercera convocatoria acercaría al PP a la mayoría absoluta, laminando al resto de fuerzas, particularmente al PSOE, que sería presentado como el principal responsable de la repetición enfermiza de comicios.

El PSOE, por su parte, vive instalado en una contradicción permanente, resultado de la búsqueda de una posición que le permita aparecer como alternativa al PP y, a la vez, como una fuerza responsable que ni provoca nuevas elecciones ni pacta con el populismo y el independentismo. Eso explica que sostenga, simultáneamente, una cosa y su contraria. En principio, su argumentario sigue señalando a Unidos Podemos como el principal responsable de que hayamos ido a segundas elecciones, por no apoyar un gobierno del 'cambio' de Pedro Sánchez con Ciudadanos. Pero en estos momentos, los de Albert Rivera ya no son sujetos del cambio, sino aliados del PP. Para el PSOE, Ciudadanos pasó de ser la expresión de las 'nuevas generaciones del PP'(campaña del 20D) a socio imprescindible de gobierno (entre el 20D y el 26J), para culminar de nuevo (tras el 26 J) en apéndice de Rajoy. Esta esquizofrenia es la que lleva al partido de Sánchez a proponer, en palabras de Alfonso Guerra, una «cosa contradictoria»: el ´No´ a Rajoy y el no a terceras elecciones. Esta postura inaprensible es resultado de la absoluta indecisión en que se mueven Sánchez y su aparato: temen aparecer como responsables de que el PP vuelva a gobernar, de que se convoquen nuevas elecciones y de auspiciar a los 'no constitucionalistas'. El miedo los tiene paralizados y no encuentran salida, a pesar de la que les señalan los barones del partido: dejar gobernar al PP.

En lo tocante a Ciudadanos, aparece como una veleta inconsistente que se desdice de sus periódicas solemnes declaraciones. Si antes jamás permitirían un gobierno con Rajoy y los corruptos al frente, ahora aseguran que se abstienen 'por el bien de España', además de cerrar un pacto sólido con el PP en la Mesa del Congreso.

En definitiva, estamos en manos de unos trileros de la política a quienes el país se la trae al pairo. Su patria se encierra en el estrecho marco de la ejecutiva del partido.