Los crímenes que proliferan por doquier, en cualquier parte del mundo, de todo género, de linajes diversos, con facturas siempre impropias, con oscuridades y medias verdades, con perfiles no definidos€ nos pedirán cuentas algún día. Se las reclamaremos a todos: a sus protagonistas, a sus cómplices, a quienes miraron para otro lado, a quienes se lucraron, a quienes los ensalzaron o los ignoraron, y, en todo caso, dejaron que proliferaran. ¡Seremos malditos por ello! Ya lo somos. Las guerras, estas pugnas que mencionamos, junto, cada jornada, a una desgracia más, una que nos ´encarece´ el interior, asolan los terrenos en los que nos movemos. Nos ocasiona, su visionado, una suerte de impotencia. Hay una excesiva ceguera en la sociedad contemporánea. José Saramago hablaba de ello. Hemos llamado a sitios equivocados, y nos hemos relacionado de modo erróneo. Vamos a lo urgente, pero no a lo importante, que puede ser un genuino sustento. Los astros, los soles y las lunas, se han movido de su sitio una vez más, y nos hemos quedado sin referencias suficientes y honestas. Las pocas que permanecen nos hielan la sangre con sus aciagas derivaciones. Pensábamos, cuando niños, que todo esto iba a cambiar, pero el poder del dinero se impone y dejamos que el victimismo nos convierta en estatuas de sal. En todo caso, no vemos lo que ocurre en sus raíces, en sus dimensiones, en su crudeza. Lo que observamos cotidianamente lo tocamos con lenguajes digitales, desde la distancia, como si fueran películas, como si no tuviéramos nada que ver con ello, lo cual marchita todavía más la perspectiva. Suspendemos otra vez. Darnos un baño de humanidad y ´empatizar´ es más que una obligación para tomar partido y detener los desastres que gestionamos. Permitimos que las cosas, óptimas o pésimas, se desarrollen, y por eso, en lo que respecta a la actitud personal y colectiva hacia eventos fundamentales, no podemos ni debemos esconder las responsabilidades. Si cayéramos en la cuenta de lo que suponen estas sangrías, la última misma, la que vimos en los informativos de la pasada noche, por ejemplo, todas en definitiva, emplearíamos nuestras vidas en intentar paliar el daño infligido. La parte buena es que todavía estamos a tiempo de evitar esta última guerra, las treinta igualmente que permanecen activadas, las matanzas de los telediarios, y, de hecho, todas cuantas ocurren en miles de puntos del bloque terráqueo, en el que, por desgracia, se contabilizan unos vergonzantes conflictos armados en la actualidad. No son historias de ficción, sino realidades que cortan, rompen y hacen sangrar. Hay demasiados muertos encima de nuestras espaldas, y, asimismo, delante de nosotros. ¿En verdad queremos saberlo? Acontecen porque no intervenimos desde la salubridad que propone la Paz. No hay peor ciego que el que no quiere ver.