El tupé lacio contra el peinado recio de corte clásico. O sea, Trump contra Clinton. Estados Unidos ya afronta su duelo de aspirantes a la Casa Blanca y el mundo observa expectante. En juego, el cargo de comandante en jefe de la primera potencia mundial. Por un lado, el excéntrico Donald Trump, el rostro más conocido del populismo de nuestro tiempo. El imprevisible magnate que en su show constante propone un muro en la frontera con México pagado por los mexicanos, al tiempo que otro día revela su método favorito de tortura (el waterboarding). El mismo que destierra los viejos dogmas de su partido (aboga por el aislacionismo y reniega de la OTAN) y que sostiene una sola idea como único programa: el cabreo. Esto es: la cólera contra el establishment, el hartazgo de las élites; algo así como el mensaje de la casta. Y precisamente no existe un político más ortodoxo que su adversaria: Hillary Clinton, quien ganó las primarias a un candidato tildado de revolucionario por defender ideas que en Europa acepta la derecha. EE UU debe ahora optar por dos modelos opuestos. Decide el pueblo que confió en Obama, pero también el mismo país que reeligió a George W. Bush.