Me acabo de trajinar un libro de más de 600 páginas, que me ha dejado un amigo. Se titula ´El fango´, y es de Baltasar Garzón (Edit. Debate). Más de seiscientas páginas repletas de corrupciones. Todas ellas probadas, documentadas, desarrolladas y demostradas. No en vano es un juez el que las escribe. Son páginas áridas, espesas, duras, a veces intratables e insoportables, pero tremendamente ilustrativas. No las recomiendo como un placer de la lectura, ni siquiera como entretenimiento, pero sí como una amarga medicina, como un antídoto para las conciencias cómodas y comodonas, si es que en este país aún existen restos de conciencia. No obstante, si alguien tiene lo que hay que tener, y le echa valor y ganas, mi recomendación es que antes se prepare el estómago con una buena purga y un mejor protector intestinal. Hay que tener las tripas bien dispuestas para no vomitar de asco. Quedan ustedes formalmente advertidos. Eso sí, aprenderá mucho de muchos€

Cuando uno ve con extrema claridad, y sin lugar a la más mínima duda, la corrupción que impera en la política, en toda la administración del estado, en la banca, en la iglesia, en estamentos policiales, en los medios de comunicación, en la propia administración de justicia, y hasta tiznajo de ella en la misma corona, nos damos cuenta que es un cáncer que viene de muy atrás, que le viene de antes de la democracia y que la infectó de lleno en su nacimiento. Porque es una enfermedad endémica. Una lepra que cobijamos, a la vez que la padecemos, desde la dictadura -quizá antes- hasta nuestros días, sin que siquiera nuestra orgullosa y bien vendida transición se haya visto libre de ella, en ningún momento.

Está claro que los regímenes totalitarios y absolutistas se construyen, se basan y se afianzan cimentados en la corrupción. Es más, no pueden subsistir sin ella. Es su fuerza, su combustible y su poder. Lo que pasa es que una dictadura la oculta y protege, e incluso persigue al que la pone al descubierto. Por eso mucha gente suelta la ignorante y sublime jaculatoria de «con Franco vivíamos mejor». La mierda, se huele o no se huele, pero haberla, háyla. Y nuestro sistema, basado en la corrupción, viene heredado del totalitarismo. Lo que ya no tiene lógica es que llevemos tantos, tantísimos, años de democracia como en su día llevamos de dictadura, y aún conservemos la peor lacra de la misma: un sistema viciado que no sabe funcionar sin engrasar las instituciones con el pringue de las corruptelas. Ya lo canta nuestro medio himno nacional: Corromponpom, ponpom, corrompompero, pero€

La única explicación posible reside en que nuestra democracia se construyó con los materiales de derribo de la dictadura, y, por lo tanto, nos llegó corrompida. Corrupción que se ha adaptado y hemos adoptado al uso democrático. La roña sabe camuflarse de limpieza, nunca al revés€ ¿Y cómo ha podido ser? Pues endosándosenos una pseudodemocracia que, en realidad, es una partitocracia. Los partidos políticos españoles realmente son pequeñas dictaduras funcionales que incluso se financian de manera ilegal, o a falta de leyes, inmoral, fraudulenta€ El bipartidismo en España ha supuesto que «una mano lava la otra», no un sistema avanzado, como creíamos. Pero lo malo, lo peor de todo, es que esa corrupción ha contagiado a toda la sociedad y a toda la ciudadanía, que ya la considera como algo normal, e incluso deseable y virtuoso, por ejemplo, evadir impuestos, comprar voluntades, malversar fondos, descapitalizar fiscalmente, etc€ Es un monstruo que se retroalimenta a sí mismo.

Solo desde una correcta educación y una cultura moral y ética podemos vencer a esta lacra. Pero hasta la educación y la formación está pervertida y orientada hacia una pérdida de valores, en vez de hacia la recuperación de los mismos. Dígame un solo principio que cotice en una sola escala de valores€ y no de bolsa, precisamente.