Somos demasiado humanos, humanos en exceso: cuando hace calor, queremos frío, cuando hace frío queremos calor, cuando llueve, sol, y cuando clarea, la tormenta. «Exageras mucho, para variar», me dice mi amigo Genaro que ejerce de veterinario en un pueblecito de Lugo. Me lo escribe en un sms, no le gusta el guasap ni el correo electrónico, pero los ya viejos mensajes de móvil le encantan. Y sigue: «Lo que nos gusta a todos es estar a gusto».

Seguramente me escribe al mismo tiempo que ausculta a un ternero recién nacido, por eso se recrea en la aliteración, o quizás no se ha dado cuenta de la repetición de palabras. «No estoy auscultando a ninguna vaca. He venido a ver a doña Josefina, una vieja amiga de mi abuela, ya muy vieja» Otra vez como el ajo, o como la retórica, ya no sé qué decirle. «Doña Josefina está triste porque se le ha muerto el último perro que se lo podía morir porque los demás ya están muertos». Genaro no suele equivocarse, ni en retruécanos, ni en hipérboles, ni en metáforas, ni en metonimias, y mucho menos en aliteraciones. «Doña Josefina fue maestra del pueblo durante más de cuarenta años, y le dio clase a mucha gente que adquirió conocimientos, clase, y posición económica». Genaro fue uno de ellos, hijo de campesinos, escribió sus primeras letras en la escuela del pueblo. Después, el bachillerato en Lugo y la carrera en León. Este año cumple sesenta, años, claro -vaya, le estoy imitando- y anda un poco preocupado, con ese síndrome extraño de la desnaturalización de la especie, de la cercanía de la vejez, del retorno de la infancia en forma de abruptos y espléndidos recuerdos, y del final de la vida laboral. «Yo no me jubilaré nunca porque no te puedes retirar si no has trabajado nunca». Me sorprendí y le dije «¿Tú no has trabajado? Pero si es probable que hayas asistido a casi todos los partos de vacas y yeguas lucenses de los últimos treinta años». «Eso no es trabajar, es estar donde hay que estar».

Y tiene razón, estar donde hay que estar: doña Josefina en la escuela, sin reconocimiento público alguno, como casi todos los viejos y nuevos maestros, pero con la satisfacción del deber cumplido. ¿Y este país dónde está? Genaro me responde: «En la certeza de la incertidumbre».

Menos mal, esta vez la aliteración casi no se aprecia. Pero hay nubes oscuras que nos impiden ver, el calor es apariencia y las negras tormentas serán evidencia.

Vale.