Me enseñaron a ver un punto positivo en cualquier cosa, por mala que fuese. Y aunque cuesta aplicar esta sabia enseñanza al problema que tiene el Mar Menor (o sea, tenemos todos nosotros) creo que para este caso también la he encontrado.

Se trata de que a partir de ahora quizás se preste más atención a los avisos que sobre este y otros asuntos de carácter ambiental se van pregonando, como en el desierto, por instituciones, por científicos y por pesados y trasnochados ambientalistas que siempre están dando la tabarra.

Para el caso del Mar Menor ya comenté en estas mismas páginas hace pocas semanas la enormidad de avisos que sobre la eutrofización de la laguna se venían emitiendo al menos desde hace dos décadas. No se trata, entonces, de repetir ahora esos argumentos, pero sí de recordarlos y de reforzarlos sólo en apoyo de la tesis de esta columna, que no es otra que la necesidad de reconocer que cuando se maltrata al medio ambiente nunca sale gratis.

En el problema del Mar Menor se ve meridianamente claro que los impactos en los ecosistemas y la degradación ambiental, finalmente siempre, de una forma u otra, se nos vuelven en contra nuestra. La erosión, la sequía o el cambio climático son otros perfectos ejemplos de lo mismo. Ocurre que todavía en este siglo XXI, que se supone avanzado, los planteamientos de las actividades humanas no han girado de verdad hacia los tópicos nada utópicos del desarrollo sostenible. Las actuaciones económicas y sobre el territorio corren entonces el riesgo de ser pan para hoy y hambre para mañana.

Pero, como decía al principio, quizás cosas tan espectacularmente lamentables como la problemática actual del Mar Menor sirvan para que los avisos ambientales surtan a partir de ahora más efecto y para que los mecanismos de prevención de los impactos ambientales (atención, no digo la burocracia sino los mecanismos más reales y eficaces) se instalen mejor en la manera de hacer todas las cosas.

Ganar primero la batalla del reconocimiento público de un asunto es condición indispensable para que ese asunto se encauce y se mejore y espero que eso esté sucediendo con los efectos ambientales de las actividades humanas. En el Mar Menor eso ya parece claro, y en otro de los ejemplos que acabo de esgrimir, el del cambio climático, ya hasta los gabinetes de análisis de coyuntura de las petroleras, por decir algo exageradamente, saben lo que a estos efectos vale un peine.

Espero al menos que estos problemas nos enseñen que hacer las cosas bien protegiendo el medio ambiente no es un lujo ético y estético que se pueden permitir las sociedades desarrolladas que se hacen cultas y sensibles, sino una premisa fundamental para que el desarrollo no se vuelva en nuestra contra tras depredar, maltratar y menospreciar la base ecológica que finalmente sirve como sustento de todas las actividades humanas.