Que este mundo no es el mismo que el que viví en mi infancia y mi juventud, está claro. Corrían los 50/60, no había tanta sensibilidad con la violencia contra la mujer, ni en defensa de la infancia, ni con los minusválidos, ni con el medio ambiente, ni tan siquiera con los toros y otros animales, Del reciclaje ni hablamos.

Si había que pegarle una pedrada a un perro, o una buena patada a un gato, pues se le daba y en paz, pero no había maldad en el hecho, tan solo falta de sensibilidad, quizás porque las calles estaban llenas de ellos, como lo estaban, por las noches, de los cubos de basura en las puertas de las casas, que los mantenía bien alimentados. ¿Se acuerda alguien de aquello? ¿recuerdan que había que sacar la basura a la calle dentro de un cubo, que luego se tenía que recoger, sin bolsa ni ná? Luego, se fregaba el cubo y a empezar de nuevo al día siguiente. Y lo de tirar al suelo papeles o lo que a la mano le estorbara, estaba a la orden del momento. Los minusválidos pocos sitios tenían a donde ir, todo eran barreras e impedimentos arquitectónicos, incluso una simple silla de ruedas no estaba al alcance de todos los bolsillos. A los niños nos llovían los cocotazos, palmetazos y más de un correazo, tirón de orejas y patillas incluidos; de rodillas y con orejas de burro hechas de duro cartón por no saberse la lección, del mismo modo que con nuestros tirachinas y una buena piedra la íbamos haciendo por todas partes. Y los guateques con las chicas con un ´pikú´ en la habitación de algún amigo o en la cochera de nuestros padres, o en la casa de la huerta del Perico€ poniendo canciones lentas y apagando la luz en el momento oportuno para robarle un beso a quien deseaba que se lo robases. La única sensibilidad que teníamos en los 60 estaba entre las piernas, no en la calidad del sonido del equipo de música. De las mujeres se decía que ´la mejor en casa y

con la pierna escayolá´, como botón de muestra del trato que recibían. La mujer, a la casa, y los hombres en los bares, fútbol y toros era lo suyo.

Pero lo que sí funcionaba en aquellos años era el cuidado y protección de los ancianos. Ningún abuelo moría fuera de su casa, durara lo que durara su enfermedad, ni eran llevados a ningún sitio alejados de los suyos. Las hijas, nietas o nueras dedicaban su vida a cuidar a los que los cuidaron y a los que luego las cuidarían a ellas, sus propios hijos.

Al asilo solo iban aquellos que no tenían familia, la tenían desestructurada o no disponía de posibles económicos para mantener a los abuelos. Bien, sí, hay algún supuesto más, pero€

Hoy todo ha cambiado, las mujeres se han incorporado con plena igualdad al ritmo de la vida, con los mismos derechos que los hombres. Los menores tienen el grado máximo de protección, ya sea en la escuela o en la casa. Los minusválidos y dependientes tienen organizaciones protegidas por el Estado, que defiende sus derechos. Los animales tienen gente que se inmola por su defensa, y el medio ambiente es defendido a muerte por los ecologistas.

Pero para los ancianos, nuestros mayores, aun estando protegidos, la defensa de sus derechos no ha evolucionado como las de otros. El ritmo de vida y la incorporación al mundo laboral de las hijas y nietas ha hecho que el anciano no se sostenga en casa si deja de valerse por sí mismo. Ahora hay centros de acogida, llámense geriátricos o como quieran, pero centros donde son perfectamente cuidados. Unos están ubicados en el centro de las ciudades, otros en las afueras. Los primeros minimizan el desarraigo familiar, los segundos lo acrecientan. También están los centros hospitalarios para enfermos crónicos, donde reciben unos cuidados magníficos hasta el final de sus días.

Ahora han sacado una nueva figura, la del enfermo-anciano socio-sanitario, pero lo que realmente hay detrás es un proyecto para cazarle la pensión, que algunos sostienen que se la quedan los hijos. Como si tener un familiar hospitalizado no conllevase cuantiosos gastos extras que los hijos no pueden asumir, ¡y encima quieren quitarle la paga! Y, por último los que se quedan en casa solos apurando al máximo el poder valerse por si mismos, aunque sea arrastrándose.

No sabemos los no-ancianos lo duro que es verse envejecer y darte cuenta de que ya no puedes valerte por ti mismo. Es aquí donde puede aparecer una forma de maltrato, una ´violencia silenciosa´ sobre quienes ya ni pueden ni podrán defenderse ni enfrentarse a ninguna situación. Unas veces es de una forma y otras de otra, desde maltratarlos física o verbalmente hasta no recordarles que tienen que beber mucha agua en verano y tomarse las pastillas€; no cuidarles la alimentación o simplemente no escucharlos.

La mayoría de ancianos lo acepta en silencio y calla, pero somos los no-ancianos los que tenemos que rebelarnos contra eso. Niños dejamos de serlo y no lo volveremos a ser, pero ancianos vamos a ser todos. Reivindico ante todos los políticos la figura del Defensor de las Personas Mayores, como existen de otros colectivos, como institución independiente del color de cualquier Gobierno, pero impulsada por todos, porque lo merecen y sobre todo lo necesitan.

Papá, mamá, va por vosotros