Para mayor sopor, el teatrillo de los pactos de investidura cae, esta vez, en pleno verano. Hemos llegado a un punto en que es ver la imagen de tal o cual líder junto a Felipe Uvepalito y ponernos a hacer listas mentales de la compra, o cambiar al Discovery Channel, o incluso levantarnos, por fin, a por ese cortauñas. Y no se trata ya de que no nos podamos enterar de qué le piden, una vez en privado, los políticos al rey. Es que nos interesan más otros enigmas, como por ejemplo qué le piden a los reyes. A los reyes magos. Sí, amigas. De eso va este artículo. Qué queréis. Estamos a veintiséis de julio. Me he convertido en el becario de mí mismo.

Los mandantes, a los reyes (a los reyes magos, pero tal vez también a los otros, eso no lo sabemos), les piden dos cosas. Una es sopor. El sopor es como una espesa niebla que te permite hacer lo que te dé la gana: meter la mano en la hucha de las pensiones, pactar sillones con los independentistas o reformar artículos de la Constitución. La otra es un buen villano. Un villano nuevo, odioso, más poderoso en apariencia que el anterior. Ojo: no un enemigo. De enemigos, internos y externos, ya van sobrados, nuestros políticos. Un villano es otra cosa. Es un catalizador de todos los odios, un inhibidor de análisis críticos, una licencia para putear. Un villano es lo que te permite salir a hacer el batman, y no a otra cosa han venido, muchos de estos líderes que ahora dicen que se han portado bien, que se han portado mejor que nunca y han hecho los deberes todos los días, querido Baltasar.

Uno de los que mejor se han portado este año (y estamos hablando de portarse realmente bien, porque los reyes le han venido a mediados de julio) ha sido Tayyip Erdogan, que no ha tardado en estrenar su regalo cepillándose a casi 3.000 jueces y fiscales, a 20.000 profesores y a todos los decanos de las universidades del país. Cómo no se les va a poner carita de pena a los demás líderes, al verlo ahí disfrutando con el sable láser, mientras ellos se las apañan con la pistola de agua. Pero aprietan los puñitos y repiten: Querido Gaspar, querido Melchor. Un día yo también me cargaré de un plumazo a todos los jueces que no sean de mi palo. Solucionaré en un momento el problema de los interinos, queridos reyes magos. Tendré cargos a cascoporro, para mis colegas. Tan solo traedme un buen malo. No, los catalanes y los venezolanos ya están usados. Una cosa que esté bien, querido Baltasar. Que hable en árabe, a gritos. O en euskera, por lo menos.