Prefiero reservarme el calificativo moral que me merecen quienes votan a un partido extensa y pertinazmente inmoral, ya que puede no entenderse bien lo que pretendería ser mera descripción científico-estadística. Pero sí aludiré, centrándome en el caso murciano, al profundo subdesarrollo político de una mayoría de nuestras gentes, que mantienen su fidelidad electoral al PP pese a todo, es decir, aun tratándose de un partido corrupto en grado máximo, probablemente como España no haya conocido a lo largo de su dramático siglo XIX (que, como se sabe, llega hasta 1931).

En las elecciones del pasado junio Murcia, región uniprovincial, sólo fue superada en su adicción al PP por dos provincias de la España profunda (Zamora y Salamanca), otras dos del universo caciquil gallego (Lugo y Orense) y las dos plazas africanas (Ceuta y Melilla) que viven entre el miedo y las dudas sempiternas sobre sí mismas. Ahí, exactamente, estamos los murcianos, con un 47% de adhesión al PP; éste, y no otro, es nuestro mundo político referencial, que aúna el tercermundismo socioeconómico (tercera región española por la cola, en dura competencia con Castilla-La Mancha), el subdesarrollo cultural, el caciquismo clientelar, la esquiva identificación como pueblo y el apalancamiento en los años 40, desde los que nuestra posición relativa en el concierto español no se ha movido.

Nuestro caso es de libro y no puede eximir de responsabilidad en esta indigencia moral a nadie, o casi, y estoy pensando en las élites políticas locales distintas a las del PP, muy especialmente a las consideradas socialistas, que creo que todavía no se han examinado sobre las causas de la pérdida de hegemonía en 1995. Junto a la minoritaria IU, siempre incapaz de influir en las políticas regionales pese a sus actuaciones dignísimas a escala municipal, el ecologismo murciano no ha cesado de martillear sobre el abuso, la rapacidad y la desvergüenza que han medrado desde antes del final de franquismo, y por lo tanto constituye meritoria excepción (y en ella quiere incrustarse este cronista, que por ello mismo se siente libre de criticar y condenar).

Ya sé que se vota insistentemente a un partido inmoral por ignorancia en primer lugar (una ignorancia que abarca varias subdivisiones, que no toco hoy), pero también lo que es lo más interesante, porque se hace abstracción de cualquier ética dejándose llevar por lo ideológico-político: no sé qué es peor: si votar a sabiendas a quienes sólo merecen repulsa moral o respaldar en las urnas a inmorales porque, políticamente, se piensa como ellos.

La ya escasa condescendencia que me merece el voto mayoritario a un PP encausado por la Justicia por todos los costados se me hace intolerancia cuando recuerdo ciertas fases y eslóganes de la campaña reciente, como lo de que "el PP es el partido de la gente normal", en boca de Teodoro García, cabeza de lista de un partido en el que la normalidad se quiere hacer equivalente „consideremos sólo el panorama judicial murciano„ a la imputación múltiple en personajes, variopinta en figuras penales, sorprendente en la audacia delictiva y en el saqueo de lo público. A este diputado „que se me hizo invisible en la anterior legislatura, de puro discreto o apagado„ le debo dirigir alguna advertencia que tendrá que tomar en cuenta, y la primera es que, si su idea de normalidad es la que nos ofrece el partido que representa, deberá de cuidarse ya que pisa un terreno peligroso, no apto para exhibiciones; y no le veo todo lo prudente y avisado que debiera. Debiera abstenerse, cosa que no ha hecho, de caucionar a (y salir fiador de) los pillos de Acuamed que la Policía ha tenido que detener y encarcelar; y ya que el PP lo ha nombrado «interlocutor estable para temas ambientales», probablemente porque no dispone de nadie mejor, podría iniciar sus tareas estudiándose lo que es un río, empezando por el de su pueblo, el padre Segura, en el que su partido a través del Ayuntamiento anterior ciezano, del ministerio de Agricultura y de la innombrable empresa, ha perpetrado una chapuza de categoría, que le saldrá cara si persiste en encomiarla.

Con motivo de la quinta victoria de Valcárcel en las elecciones autonómicas (2011) ya le transmití al prócer mis sentidas condolencias desde este mismo periódico porque daba por seguro que nuestra Región, continuando en manos del PP, multiplicaría los que ya eran numerosos casos de corrupción; y así fue, y él mismo fue relevado de su cargo, en una falsa maniobra, sin llegar a cumplir la legislatura. Aun así, ha sacado pecho, en diciembre de 2015 y en junio de este año, presentando los resultados de su partido con un triunfalismo ciertamente impropio (si es que la moral debe sobrevivir en la política) pero que yo he tomado como el canto del cisne, habida cuenta de que la Justicia le pisa los talones a él mismo, prefigurando un panorama (completo, infamante) de imputados por doquier que sólo supera la Comunidad Valenciana, buque insignia de un partido que hace historia con sus fechorías.

También advertí, con motivo de las generales de 2011 y del triunfalismo de Martínez Pujalte en una sesión de análisis poselectoral en la que estuve presente, que seguir triunfando enlodaría más y más al PP en corrupciones mil, insistiendo poco después, también desde estas páginas, en la heterodoxia del comportamiento de tan fogoso diputado; y al poco él mismo hubo de inmolarse al ser descubiertas ciertas y propias actividades inconfesables (pasmando de paso a propios y extraños con esa facilidad, exclusivo privilegio de superhombres, de asesorar a empresas, con éxito crematístico más que regular, a golpe de cafecitos).

Decía, digo, que el diputado Teodoro García, que me dicen procede de la factoría ultra de FAES, se me ha revelado algo osado y lenguaraz: que no le vuelva a oír lo de que «el PP es el partido de la gente normal». Y que se me cuide, por favor.