El domingo pasado, movida por la curiosidad, aquella de la que se suele decir que mató al gato, vi el estreno de la tercera vuelta a las parrillas veraniegas del supuesto late night Hable con ellas. La cadena del italiano Paolo Vasile se había encargado mucho y muy bien de cebar al cerdo y generar altas expectativas sobre los dos platos fuertes de la noche: la entrevista a Rocío Carrasco, la hija de La Más Grande, y a Alba Carrillo, la divorciada de España.

Unos cuantos días después del estreno, sigo sin entender muy bien las pretensiones de la cadena. No sé si su intención era hacerse de nuevo con el prime time recordando aquellas noches maravillosas de Crónicas marcianas o alimentar al susodicho porcino para que los programas estrella de la casa como Sálvame, Deluxe y El programa del verano disfruten desahogadamente de contenidos jugosos y picantotes en una época en la que los espectadores cambian el mando y el sofá de casa por las tumbonas, las lecturas de verano y los aperitivos y cañas frescas en los chiringuitos a pie de playa.

Sea cual fuere la intención de la cadena, no resultó y la tercera vuelta a las parrillas televisivas de Hable con ellas fue decepcionante con una audiencia bastante escasa que, por otro lado, me atrevo a asegurar tenía a la cadena del italiano de fondo como acompañamiento mientras realizaba otros menesteres.

La actitud altiva de la hija de La Más Grande, de la que no se conoce oficio ni beneficio, sentada en el sofá con los brazos extendidos sobre el respaldo mientras hablaba por encima del límite del bien y del mal sobre su estado de felicidad y su inminente boda dejó mucho que desear desde el momento en que presiento que ni ella misma se creyó ni una de sus palabras. Pero lo realmente hilarante y rocambolesco de la noche fue la comparación de la felicidad de ésta con el drama emocional de otra de las presentadoras estrella de la noche, Alba Carrillo.

Ponerle precio a un divorcio y a la historia de un matrimonio que ha durado menos que un chupachús en la puerta de un colegio no solo deja audiencias decepcionantes, por la falta de talento y gracia de las presentadoras, sino también provoca un rechazo absoluto en el espectador que debido a la insoportable vergüenza ajena se ve obligado a abandonar el canal más pronto que tarde.

Al igual que en la novela de Wolfe, reflejo de la sociedad neoyorquina de la década de los 80, Hable con ellas y otras grandes apuestas de Telecinco para este verano como Quiero ser ponen de manifiesto que la fama y el dinero resultan inútiles cuando no se tiene carisma, gracia ni talento.

A esta cadena y a otras les sonreiría mucho más la audiencia si apostaran por presentadoras reales, de carne y hueso, que sin necesidad de ser famosas hijas o mujeres de, ricas y aburridas, poseen una carrera universitaria, experiencia, belleza, frescura, horas de redacción y, en definitiva, talento natural para hacerse con un programa de televisión y colocarlo en primera línea de audiencia sin necesidad de recurrir a situaciones desfavorables dominadas por la hipocresía y el juego de las apariencias.

Wolfe se inspiró en el título para su novela en un evento histórico ocurrido en Florencia, Italia, a finales del siglo XV cuando seguidores del monje Girolamo Savonarola quemaron en un público cientos de objetos que se consideraban pecaminosos y vanidosos. Tales hogueras deberían ser de nuevo rescatadas, entiéndase en sentido metafórico, por productores y directivos de las cadenas de televisión y acabar de una vez con esta especie corrosiva y aburrida de presentadores y presentadoras que el mejor mérito que tienen para exhibir de ellos mismos es única y simplemente algo tan arrogante y envanecido como su vanidad.