Asistimos a un proceso de investidura del Jefe de Gobierno que, lejos de hacer la debida lectura otorgada por las urnas, prefiere recrearse en maniobras de desgaste y demás tacticismos. Entretanto, la creciente desafección ciudadana hacia la situación política del país avanza y tiene su claro correlato en el deterioro del sistema político español. El tiempo apremia y nada parece presagiar un movimiento con la debida firmeza. Mientras, los personajes de esta particular dramatis personae parecen sentirse más que cómodos prolongando la situación de inestabilidad política en la que no se mueve ficha, con un tablero que queda inalterable pero no indemne. Algo muy grave sucede cuando el estancamiento y la cortedad de miras de los dirigentes políticos arrambla con la credibilidad institucional. Activada la espoleta de la crisis política, un nuevo devenir político-social se presenta como una realidad insoslayable.