40 años de dictadura y 40 de democracia. Ocho décadas desde que las tropas sublevadas orquestaran el golpe contra el democráticamente elegido gobierno republicano. Lo que sucedió desde aquel verano del 36 fue vanagloriado durante años y luego ocultado tras el manto de la reconciliación. El nuevo marco constitucional permitió asentar la democracia en la vida política, pero en la consciencia de millones de ciudadanos aún queda ese «Con Franco se vivía mejor». Si los fascistas no trataron por igual a un demócrata que a un falangista, los demócratas debemos tolerar al opuesto, como característica intrínseca a nuestra condición, pero no juzgar con imparcialidad. El silencio sobre la historia permanece por no querer hurgar en la herida que a unos dolió más que a otros. El culto al 18 de julio, a la Falange y al Caudillo ha durado más de lo debido y va cayendo con extremada lentitud. Esa ausencia de condena permite que parte de la ciudadanía aún no diferencie entre quienes trataron de cambiar España desde las urnas y la escuela, y quienes lo hicieron desde los misiles y la opresión.