El doctor Alberto Requena ha publicado recientemente en su blog de este diario un artículo titulado Enlace neuronal cuya lectura recomiendo. Trata de las relaciones entre la conciencia y las neuronas, ya que como él de entrada dice ambas entidades «están asociadas». La palabra elegida es muy idónea ya que, por un lado, hay muchas pruebas de esa asociación y, por otro lado, evita introducir nociones más comprometedoras. Una sería que la conciencia es generada por el cerebro y otra, la alternativa, sería que el cerebro actúa como una especie de receptor de una conciencia que no ha generado. La primera opción es la favorita de la mayoría de los científicos contemporáneos, aunque algunos, como Eccles, premio Nobel en Medicina y Fisiología, defienden la segunda.

La mayor parte del artículo de Requena está dedicada a lo que yo llamaría el problema fácil de la percepción, que aquí definiré como la capacidad cerebral de elaborar modelos mentales de objetos y acontecimientos del mundo físico. Por ejemplo, si en determinado escenario y momento digo que «ahí hay una manzana» será porque he elaborado la percepción de una manzana.

Señala el profesor Requena que para elaborar esa percepción deben coordinarse diferentes áreas neuronales. Concreta que debe intervenir la memoria a corto plazo, ya que si olvidásemos a cada instante los estímulos recibidos sería imposible construir ningún percepto coherente. Así mismo, debe actuar el sistema cerebral implicado en la atención, pues será preciso fijar la actividad cerebral en el objeto, la manzana, cuyo percepto, el modelo mental de la manzana, estemos tratando de elaborar. Y varias áreas cerebrales conectadas a la retina, ya que habrá que reconocer la silueta de la manzana y los colores de su superficie. E incluso modelizar su volumen tridimensional. Es muy posible que el percepto incluya el aroma típico que exhala, en cuya detección intervienen las células olfativas y sus áreas cerebrales asociadas. Y si la tocamos, captaremos la suavidad de su pellejo y su peso, para lo que se incorporarán nuevas células sensoriales y áreas cerebrales a la construcción del percepto.

Resulta obvio, a la vista de lo anterior, que la percepción de cualquier entidad o suceso necesita de la colaboración de neuronas ubicadas en distintas partes del sistema nervioso y que dicha colaboración solo puede basarse, como señala Requena, en alguna clase de enlace, sea por contacto sea por sincronía en sus actividades añado yo, entre esas dispersas neuronas. Se pregunta el profesor Requena cómo se las apaña el cerebro para establecer ese tipo de enlace neuronal tan complejo de forma continua. Aunque para simplificar la cuestión postula Requena que en cada etapa solo prestemos atención a uno de los varios objetos que pueda haber a la vista, incluso el problema del enlace neuronal necesario para elaborar el percepto de ese único objeto es formidable.

Hasta aquí estoy de acuerdo con Requena, pero ahora expondré las dos diferencias que me separan del enfoque de mi colega. He llamado fácil al problema del enlace neuronal porque entra en el marco de lo que modernamente suele llamarse ´fisicalismo´, un modo de evitar las múltiples connotaciones que el término ´materialismo´ ha ido acumulando a lo largo de la historia del pensamiento. Según ese esquema, el enlace neuronal es explicable mediante nociones físico-químicas y biológicas. Y yo estoy de acuerdo.

No parece ser el caso de lo que llamo el problema difícil de la percepción, que no es otro que el de las sensaciones subjetivas que evocamos en el percepto mental. Una cosa es la longitud de onda luminosa asociada al color rojo, las células de la retina que captan esos fotones y las neuronas que gestionan esa información, todas ellas entidades físicas o biológicas, y otra es la sensación subjetiva de ´rojez´. Otro tanto podría decirse de la sensación subjetiva de ´olor a manzana´ y de otras tantas otras cualidades que subjetivamente asociamos al percepto de la manzana y sobre las cuales, sin embargo, nada puede decirnos a fecha de hoy el fisicalismo. Lo llamo el problema difícil porque no veo cómo podrá llegar a ser explicado sin una revisión drástica del paradigma fisicalista. Ese problema difícil es tan obvio y cotidiano que pasa desapercibido para muchos, pero está ahí desde Demócrito.

La segunda diferencia nace de constatar que una cosa es el problema de la percepción y otra distinta el de la conciencia. Hay percepciones inconscientes y no es difícil imaginar una máquina que pueda elaborar y memorizar un modelo de una manzana incluso con mayor precisión que nosotros mismos. Lo que ningún experto en inteligencia artificial se ha atrevido hasta ahora a proponer es un programa para construir una máquina dotada de conciencia. Se trata del segundo problema difícil. Sensaciones subjetivas y conciencia de ellas son los límites actuales del fisicalismo.