El 2 de julio, para ¡alegrar¡ las vacaciones, nos desayunamos con la divulgación masiva de una noticia: el Gobierno había retirado 8.700 millones de euros del Fondo de Reserva. Es la mayor cantidad de dinero utilizada hasta ahora por el Gobierno para pagar las pensiones.

Con esta retirada de julio se han pagado dos mensualidades: la ordinaria y la extraordinaria. El Fondo de Reserva ha descendido hasta los 25.176 millones. Cuando Rajoy llegó al Gobierno acumulaba 63.008 millones y, en este momento, le queda dinero únicamente para pagar tres nóminas mensuales si recurre a esta hucha para retiradas similares a las de julio.

Era sábado por la mañana. Mucha gente caminito de sus playas y de sus vacaciones. Las familias, ocupadas en como ´colocar a los niños´, y muchos pensionistas en cómo hacerse cargo de esa avalancha que se les viene encima cuando cierran los colegios.

Esto es algo muy grave que no sabemos hasta qué punto está llegando a la gran cantidad de personas a las que puede afectar el derrumbe y deterioro de un sistema que creíamos consagrado en nuestra sociedad. No olvidemos que esta cuestión afecta a más de ocho millones de personas y a más de nueve millones de pensiones. A lo que hay que añadir la gran cantidad de daños colaterales que un deterioro del sistema de pensiones puede producir en España. Nos referimos a los/as compañeros/as, los hijos desahuciados, los jóvenes que no encuentran la manera de independizarse, las familias extensas que están comiendo del bote de los abuelos.

No me equivocaría mucho si dijera que los afectados, entre los directos y los indirectos, multiplicarían por tres como mínimo esos números y, según datos oficiales, el 34% de los hogares españoles dependen de las pensiones, es decir, más de un tercio de la población española.

Como siempre, es bueno clarificar de donde vienen esos fondos. Echaremos mano del Pacto de Toledo que se firmó allá por 1995 con el acuerdo de todos los grupos parlamentarios.

En 2013 se acordó en el mismo concretar las fuentes de financiación de manera que las pensiones contributivas se abonaran con las cotizaciones sociales, que aportarían empresas y trabajadores, mientras que las no contributivas y también los gastos sanitarios y asistenciales se financiarían vía Presupuestos Generales del Estado. Este año toca una nueva revisión y hay que temerse lo peor. Pero nos encontramos con un panorama en el que la falta de empleo nos aboca a una disminución permanente de esas recaudaciones. De manera que llegamos a esta situación resumida en algo que ya expresaba mi abuela. Donde se saca y no se mete? pues un simple resultado, cada vez se agotan más las reservas y corremos un riesgo de que llegue el día en que quede tan poco que haya que bajar las cuantías y con ello los recursos disponibles para los mayores. Una justificación para hacerle caso a los ´sirenos´ europeos y decir que ¡no hay más remedio!

Y nos quedamos tan anchos al no querer pasar factura por la responsabilidad política de la mala gestión. ¿Quién será el culpable o los culpables? Volveremos a utilizar el mantra de «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades». A continuación, la resignación y el seguir dando vueltas de tuerca para agobiar a los de siempre. Y aceptaremos sin decir ni ´mu´ la idea, ya divulgada, de que las pensiones del futuro serán un 34% más bajas que las actuales, sin olvidar las propuestas de privatización del sistema de pensiones que afectaría especialmente a los jóvenes, y serviría para dar a las empresas un balón de oxígeno bastante fuerte.

Esto nos lleva indudablemente a un aumento de la pobreza.

Seguiremos incrementando las campañas de recogida de alimentos y el consuelo de que aún somos muy buenos porque entregamos a la puerta del supermercado un paquete de arroz o dos bolsas de leche que nos suponen una inversión de un máximo de dos o tres euros. Pero, eso sí, nos vamos a casa con las conciencias redondas, con una convicción de que somos unas buenas personas que nos solidarizamos con la pobreza. Y «erradicar la pobreza no es un acto de caridad, sino de justicia», dicho con palabras de Nelson Mandela.

Tanto meternos miedo con que si vamos al modelo de Venezuela, que si votamos a cierta coalición nos veremos abocados a una reducción drástica de las pensiones, que miren lo que ha pasado en Grecia... En tanto, el miedo en los huesos que yo creo que ha llegado hasta recordar la Guerra Civil y todo lo malos que eran los que creían en un sistema más justo de sociedad.

Yo creo que el miedo próximo es mucho más peligroso y más real. Y en eso han sido pocos los que nos han advertido y mucho lo que se ha callado. De principios éticos casi nada en esta campaña electoral que acabamos de vivir, y en la que se debería haber hablado, por ejemplo, de solidaridad y justicia y, en el caso de las pensiones, recordar que este sistema debe concebirse y entenderse desde el punto de vista de la solidaridad intergeneracional, una de tantas caras que este valor humano nos presenta.

Si no apostamos por una sociedad de valores universales sí que acabaremos teniendo un miedo pero que muy fundado. El otro, el que nos han querido inculcar, ese es un miedo para controlar las mentes y así impedir que avancemos por caminos de mayor reparto y equidad.