Algunos adoran a un futbolista, por ejemplo a ese del Barça que nos roba los impuestos al resto de los españolas en connivencia con su astuto padre. Otros adoran a un músico o un artista. Mi héroe se llama Elon Musk y es el fundador y dueño de una empresa tecnológica llamada Tesla. Fue uno de los fundadores de ebay y ha dedicado su vida y su fortuna a proyectos tecnológicos de una envergadura bíblica, como la de fabricar un cohete capaz de transportar una carga al espacio y aterrizar de vuelta sobre una plataforma estable para que la nave y el cohete sean reutilizables. Y ha desafiado a la industria tradicional del automóvil fabricando y vendiendo de forma masiva un coche eléctrico que, en su última versión, también cuenta con un sistema de piloto automático. Y aquí ha surgido un pequeño problema.

Porque un pobre idiota, amante como yo de la tecnología y ferviente fan de Elon Musk, se entusiasmó tanto con el sistema de ´autopilot´ que hizo caso omiso a todas las prescripciones que dictaban taxativamente que el conductor nunca debía quitar las manos del volante y se dio un morrazo de campeonato contra un camión que cambió inesperadamente de sentido, perdiendo su vida en el accidente. Esta víctima del tech early adopting, dispuesto a afrontar cualquier riesgo con tal de probar lo último en tecnología, se filmó y publicó el vídeo en en youtube leyendo un periódico sábana completamente desplegado sobre el volante, sin visión alguna de la carretera. Y chuleándose a tope, claro.

La noticia ha caído como un mazazo en los avanzados proyectos tecnológicos de mi ídolo. Y digo yo: si tanto cristiano se autominmoló con entusiasmo y reconocimiento popular en el circo romano para defender su profesión de fe, ¿por qué no puede un señor de Minnesota, ferviente creyente en el progreso tecnológico, autominmolarse en el altar de Tesla?