Quizás el buen torero Víctor Barrio habría culminado una carrera gloriosa en los ruedos, o quizás no. En todo caso la gloria taurina le llegó de forma instantánea, y ante su esposa, que estaba en el tendido. El asta entró limpiamente en el pecho por un lado, directo al corazón. Es un momento de violencia enorme, que será visionado por millones, al que el torero sólo aporta, pero basta, un gesto de estupor, el propio de la muerte, antes de que su cuerpo quedara ya desmadejado sobre la arena, libre de cualquier resto de vida. Las cogidas son siempre aparatosas, y ésta desde luego también, pero la secuencia queda cortada en seco, como un fundido en negro, cuando el toro empuja el cuerno adentro y le apaga la existencia al torero. En el mismo segundo se oyen al fondo de la grabación unos gritos femeninos agudos y angustiados, como sabiendo, más que presintiendo, lo definitivo del instante.