L os que de verdad se creen que el Reino Unido se ha ido (se supone) de la Unión Europea porque sus ciudadanos están cansados de los tecnócratas austericidas de Bruselas es porque, pobre gente, aún no se han enterado de la que se nos viene encima. Tampoco hace falta ser muy listo para percibir la realidad pero, tristemente, la mayor parte de las ocasiones los seres humanos construimos nuestras opiniones no sobre los hechos más o menos objetivos, sino sobre nuestros deseos. No pensamos lo que es, sino lo que nos gustaría que fuera.

La triste realidad es que los ingleses no han dicho no a la UE porque estén, como gran parte de la población de los países del sur de Europa, aburridos de los recortes, de la Merkel y del capitalismo deshumanizado. Los sufren tanto como cualquier otro hijo de vecino, pero no es por eso por lo que nos han mandado a la puñeta. ¿De verdad te crees, inocente votante progresista, que un grupo de gordas señoras inglesas de cabellos falsamente rubios y pieles auténticamente quemadas al sol de Benidorm, madres de hooligans gordos y fracasados, abuelas de parados de los suburbios de Liverpool, Manchester o Blackpool, que agitan banderitas con la Union Jack y que beben ellas solas más cerveza en un día que tú en una semana, han dicho no a la UE por los derechos sociales? Mira los carteles electorales de la campaña.

Escucha a Farage, el estridente líder del UKIP. Entérate, han dicho no por tu culpa. Sí, por la tuya. Por el miedo que les generan los extranjeros. Da igual de dónde. Los pakistaníes que abren tiendas de comestibles, los polacos que arreglan las cañerías, los rumanos que construyen edificios, los chinos que venden baratijas, los españoles que sirven pintas en los bares. El voto del Brexit no ha sido sólo contra las élites comunitarias y el por la mayoría incomprensible proyecto europeo. El voto del Brexit ha sido un grito tribal, primario y aterrorizado de buenas personas, casi tan buenas como idiotas, que se han dejado manipular por partidos y políticos populistas que han agitado el mismo miedo al extranjero, al otro, al extraño, que hace ya casi un siglo empezaron a agitar en todo Europa sus antepasados ideológicos.

Partidos y políticos que no son nada estrictamente británico, sino que, adaptados a las circunstancias de cada país, pueden ser fácilmente identificados en la gran mayoría del resto. Sus rasgos comunes son siempre los mismos. Capitaneándolos a todos el odio al otro. Al culpable de todos mis males. En algunas partes el otro es el musulmán. En otras es el rico. En otras el país de al lado. Pero siempre hay un otro. Y siempre hay que separarse y aislarse de él. Una vez hecho esto, todo lo bueno se derramará sobre nosotros y todo lo malo se deshará como si de una tormenta de verano se hubiera tratado.

O sea, a ver si te enteras mi querido optimista, lo que ha pasado en el Reino Unido no ha sido ninguna oportunidad que se abre para construir una Europa más social y civilizada. Muy al contrario, ha sido un alarido de lo más oscuro del alma humana. La que en los años 20-30 del siglo XX se apodó fascista y que hoy en día es conocida como populista. Porque el problema es que el personal, el ciudadano medio cada vez más empobrecido de Europa, no está reaccionando a los recortes de un modo racional y sensato. Esto es, pidiendo menos recortes, un mejor reparto de las cargas y responsabilidad en las corruptas élites políticas. Sino que está reaccionando como siempre lo ha hecho en la Historia: arrojándose en manos de los tiranos. De los mentirosos, demagogos y falsos profetas que les prometen soluciones sencillas que todo lo curan con tal de que les aúpen al poder en nombre de partir las sociedades, marcar a los extraños, romper los lazos y, por resumir, mandar todo lo hermoso que la humanidad ha construido en los últimos trescientos años a la mierda.

Lo que viene no es una lucha entre alienados burócratas austericidas europeos y masas populares demandantes de solidaridad, crecimiento y Estado del Bienestar. Lo que viene es una guerra entre el fascismo (ahora llamado populismo) y la democracia. Y, como ya pasó, al principio van a ganar los fascistas. Así que preparémonos: nos dirigimos a la Europa Fascista.

Algunos lo tenemos muy claro y sabemos perfectamente qué bando elegir. El problema es que la mayor parte de la gente de bien aún no se ha enterado de lo que pasa.

Aún no ha identificado a los bandos en disputa, aún no ha asumido que vivimos en el siglo XXI, que todo ha cambiado, que no hay ningún futuro nebuloso y misterioso, sino una realidad muy clara en la que al capitalismo le importa todo bien poco, en la que las clases medias se van a desmoronar y en la que de la zozobra de la gente sencilla emergerán (como ya lo hacen) monstruos que apelarán a sus más bajos instintos, a su rencor y a su odio. Con lo que el capitalismo salvaje se comerá tu bienestar y aquellos a los que pondrás en el poder, creyendo que lo frenarán, te quitarán la libertad.

¿Es posible hacer algo al respecto? Por supuesto. Pero no apelando a las masas sentimentales y analfabetas (sí, seguís siéndolo aunque uséis Twitter). Sino a los hombres y mujeres de bien que de verdad pueden tomar decisiones. Ojalá sean sensatos. Ojalá antepongan el largo al corto plazo y el bien común al egoísmo propio. Ojalá amen a las naciones y pueblos que dicen amar. Ojala sean personas de bien. Gente decente.

Lo dudo. Sinceramente, creo que, al menos durante una generación, estamos condenados al desastre. Ya ha empezado. Y a nadie parece importarle mucho.