Es un clásico y un tópico la pregunta «¿qué harías hoy si supieras que te vas a morir mañana?», pero nadie pregunta «¿qué harías hoy si supieras que te vas a morir el año que viene?». Que a lo mejor sería hasta más lógico. Tienes un plazo de tiempo, unos días regalados, y puedes administrarlos o planificar como gustes. Puedes organizar, por ejemplo, un viaje a Tierra Santa, si ha sido siempre tu capricho ir allí. Puedes retirarte a la orilla del mar Jónico, escribir una novela, tirarte en paracaídas o robar un helicóptero, si se tercia. Podrías hacer todo lo que te diese la gana, con la pequeña pega de que la espada de Damocles está ahí, y de que la arena del reloj cae, y de que Cronos mata a sus discípulos, como sabe todo el mundo. El caso es que es justamente así. No hace falta que nos confirmen que nos vamos a morir en un año: nos vamos a morir. Quien garantiza al que tiene un año por delante según diagnóstico que no cae antes. Por un accidente múltiple. Por un ictus fulminante. Morimos por exceso de vida. No pienso pasarme la ídem lamentando que puede acabar. Prefiero irme a cenar a Cabo de Palos.