La secuela más reconfortante del frenazo de Podemos es que los medios madrileños dejarán de informar sobre Venezuela, que ya ha cumplido su misión de liebre. En lugar de girar obsesivamente en torno a una campaña anodina, la habilidad postelectoral del PP consiste en vender una victoria de Rajoy en unos márgenes que no existen. Se trata de nuevo de olvidar el resultado de las elecciones, al igual que ya ocurriera en diciembre. A partir de ahí, se crea el espejismo de que los populares han obtenido más o menos la mayoría absoluta, un desenlace que obliga a sus rivales a someterse a los dictados conservadores. La distorsión cala tan fuerte que obliga a recordar que Rajoy está a 39 escaños de la hegemonía parlamentaria. Un abismo, en términos de sobrevivir a una legislatura. Por tanto, esto no es 2011, aun reconociendo la excelencia publicitaria del PP.

Dada la continua apelación de Rajoy a la historia, nadie ha gobernado España con sus 137 diputados actuales, ni con una cifra de similar endeblez. Aznar obtuvo 156 diputados y veinte de déficit en 1996, la legislatura más ajustada del bipartidismo. Tuvo que hablar en catalán y conceder media independencia a Jordi Pujol para llegar a La Moncloa. De ahí que el titular más ajustado para el 26J rece que «El PP no podrá gobernar en solitario». Sin embargo, este enunciado se considera políticamente incorrecto. En cuanto a la hipótesis de que el presidente del Gobierno en funciones lidere un ejecutivo con miembros de otros partidos, no la cree factible ni Ana Oramas, diputada de la Coalición Canaria, que ya ha garantizado su apoyo a los populares.

Dentro de sus limitadas virtudes empáticas, Rajoy apela con insistencia al poder imbatible que le infunden sus casi ocho millones de votos. Impresionante pero, salvo que se asigne una calidad especial a los sufragios emitidos a favor del PP, son inferiores a la suma de apoyos recibidos por PSOE y Podemos. O por los socialistas junto a Ciudadanos. También está por debajo del total de Podemos más Ciudadanos. Dando la vuelta a su argumento sobre el peso definitivo de los grandes números, y visto que los populares también deberán pactar su mantenimiento en el poder, ¿está insinuando que una coalición de Albert Rivera y Pablo Iglesias le aventaja en el derecho a gobernar España? Sorprende que se hable de inmiscibilidades ajenas, mientras se intenta persuadir a Ciudadanos de que regale al PP los votos de quienes se fueron a Ciudadanos porque no soportaban al PP.

Los populares intentan transmitir la impresión de que sus números coinciden con los de 2011. De ahí el énfasis en una victoria sin más detalles. En realidad, Rajoy ha perdido medio centenar de diputados desde que obtuvo la mayoría absoluta, un desplome mayúsculo. Por mucho menos, la derecha exigía con insistencia la dimisión de Artur Mas. El resultado obtenido en las catalanas del 27S por el entonces president equivale a 161 escaños del Parlamento estatal. Cabe recordar que Rajoy tiene 24 menos, y se cree legitimado para seguir gobernando sin cortapisas. En realidad, está mucho más lejos de la mayoría absoluta que el dirigente catalán obligado a dimitir para lograr el apoyo de una fuerza exterior a sus siglas.

El paso a un costado de Artur Mas amenaza ahora a Rajoy, si no vence las reticencias a su persona. El PP tiene la investidura al alcance de la mano con un candidato renovado. En cambio, el actual presidente rebaja notablemente las probabilidades de triunfo, que siguen estando por encima del cincuenta por ciento. De ahí que la euforia dominical se atemperara en la jornada del lunes, cuando el nervioso candidato popular ya tuvo que esgrimir la 'irresponsabilidad' de que no le renovaran el contrato de arriendo de La Moncloa. Es otra prueba de que esta posibilidad existe, y de ahí el interés por remitirse a un falso 2011. Por otra parte, es el aspirante quien debe convencer a sus socios, y no viceversa. Los populares exigen a Ciudadanos o PSOE que se sometan al harakiri sin contrapartidas.

En su 2011 virtual, el candidato popular se refiere a una coalición pero sin compartir ni un átomo de poder, con lo cual niega las bases del Gobierno pactado. De nuevo, sorprende la curiosa insistencia por referirse a la Grosse Koalition, desde la ignorancia de los sacrificios que esta fórmula impuso a Merkel. La cancillera quedó en 2013 a cinco escaños de la mayoría absoluta, 311 sobre 316, nada que ver con el resultado precario de Rajoy. Aventajaba además en más de un centenar de asientos a los socialdemócratas. Pese a hallarse en situación más confortable que el PP, tuvo que ceder hasta la vicepresidencia para lograr un apoyo del SPD que ha lesionado a los socialdemócratas. Todo un presagio.