La globalización del capitalismo neoliberal ha agudizado la brecha entre el mundo rico y el mundo pobre. No hay cabida para tanto sufrimiento en este mundo. América Latina es el continente con mayor desigualdad del planeta.

Después de las crueles dictaduras militares que ocasionaron decenas de miles de muertos se impuso con fuerza las políticas económicas de corte neoliberal. Antes los pobres morían por las balas, ahora por el hambre.

En medio de esta realidad se fue despertando la conciencia de los pueblos latinoamericanos. En los últimos quince o veinte años, América Latina emprendió un proceso de liberación del dominio extranjero, principalmente de Estados Unidos. Es la primera vez en quinientos años que esto ocurre, en palabras de Noam Chomsky. Es un gran cambio

Es así como se eligieron Gobiernos de tendencia socialista, algunos inspirados en el espíritu del libertador Simón Bolívar como Venezuela, seguidos por Bolivia y Ecuador. Otros países, con un capitalismo de orientación social como Uruguay, Paraguay, Chile, Argentina, Brasil y Honduras, se aliaron a ellos.

Estos Gobiernos, en medio de sus desaciertos, hicieron notables logros en materia de educación, salud, equidad, desarrollo comunitario y democracia participativa en beneficio de las grandes mayorías. Han reducido la pobreza, el analfabetismo, la desnutrición y mortalidad infantil. Son realidades indiscutibles, reconocidas por el PNUD, Unesco, OMS y la FAO.

No todos estos Gobiernos son socialistas. Más bien se definen como un capitalismo de rostro humano y de carácter keynesiano. Respetan la propiedad privada de los medios de producción. Pero impulsan procesos de redistribución de la riqueza con un fuerte sentido social y de autonomía frente al imperialismo norteamericano. Todos ellos llegaron al poder mediante elecciones democráticas.

Venezuela impulsó la creación del ALCA (Área Libre de Comercio de las Américas) al que se unieron casi todos estos países. Lo cual exasperó a los poderes económicos, al FMI, al Banco Mundial, a las multinacionales y a toda la derecha internacional, que no toleran ningún experimento político social que no esté bajo su control.

Los alimentos han sido producidos, pero no han sido colocados en los centros comerciales por los grandes empresarios, ligados a la oposición. Por lo tanto, el boicot no está en la producción sino en la distribución de estos bienes. No cabe duda que Maduro ha tenido errores y desaciertos en su gestión política, pero esto no justifica lo que están haciendo. Son prácticas antidemocráticas.

En Argentina, con la salida del gobierno de Cristina Fernández y la subida al poder del ultraneoliberal Mauricio Macri apoyado por la derecha internacional, se está llevando a cabo despidos masivos y privatizaciones de servicios públicos que afectan a los más pobres. Con estas políticas los pobres son cada vez más pobres a costa de ricos cada vez más ricos, lo que afecta de una manera particular a la infancia.

Desde el 12 de mayo de este año, Brasil está pasando por la crisis política más grave en sus 31 años de democracia. La ultraderecha no ha querido esperar a las elecciones, que probablemente perdería y es por eso que prepararon un golpe palaciego contra la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, aunque sea verdad que algunos miembros de este partido también se unieron a la élite tradicional en la corrupción. Noam Chomsky señala que Rousseff quizás sea la única política que no ha robado para enriquecerse. Ha sido acusada de una corrupción no comprobada.

Con la salida del Gobierno de Cristina Fernández en Argentina y el golpe palaciego a Dilma Rousseff en Brasil se despeja el camino para una intervención en Venezuela. Se está preparando el aislamiento internacional del Gobierno del presidente Nicolás Maduro, presentándolo como un dictador enfrentado al Congreso. La oposición y la derecha internacional están pidiendo una intervención de la OEA para exigir al presidente Maduro que renuncie.

La Revolución Bolivariana pende de un hilo. Todas las fuerzas de la derecha nacional e internacional conspiran contra la Revolución Bolivariana. Sin embargo, no reconocen los grandes cambios realizados en beneficio de los que históricamente han sido excluidos. La pobreza se redujo del 49,4% a un 27,8%. El número de médicos se aumentó del 18% a un 58% por cada 10.000 habitantes. La tasa de desempleo hoy se sitúa en 6,7%. De 387.000 pensionistas se elevaron a dos millones. Son indiscutibles los avances sociales que la Revolución Bolivariana ha realizado en Venezuela.

Los Comités Oscar Romero (COR) denunciamos el cerco en que se encuentran estos países, tildados de 'bolivarianos' y progresistas. Son difamados, acorralados por el gran capital y los medios de comunicación de la derecha internacional, señalándolos no sólo de corruptos sino también de 'dictadores'. Denunciamos los planes de desestabilización que se gestan contra estos países que buscan una mayor justicia social, y concretamente contra la República Bolivariana de Venezuela.

Monseñor Oscar Romero decía: «Dios se nos ha revelado como el Dios que quiere la vida para todos. Quiere un reparto más justo de los bienes que nuestro país produce. No es justo que unos amalgamen en sus arcas y el pueblo se quede sin esos dones de Dios, que ha dado para todo el pueblo» (24. 02, 1980).

Como Comités Oscar Romero, fieles a la espiritualidad del santo arzobispo salvadoreño, hacemos un llamado a la opción por la vida y a la reconstrucción de la esperanza de los pobres. Y para ello urge un respeto a los procesos de liberación que los pueblos latinoamericanos han escogido. Es una exigencia radical de nuestra fe cristiana.