Hace algo más de un año los británicos fueron a las urnas a elegir a su actual primer ministro. Batalla campal entre David Cameron y Ed Miliband, entre el desgastado partido de Gobierno y la oposición laborista en ebullición. Recuerdo en ese momento los titulares de los tabloides: «El partido conservador se prepara para el día después, ¿Boris Johnson nuevo líder de la formación?». Las encuestas, en el mejor de los casos, pronosticaban un empate técnico entre ambos y muchos apostaban por el viraje hacia la izquierda de los LibDems, la formación en la que se inspira nuestro C's y que, en el caso del Reino Unido, había actuado como soporte del primer Gobierno de Cameron.

Al encender el televisor al día siguiente de las votaciones, la ajustada batalla campal con la que se acostaron los británicos se transformó en una mayoría absoluta aplastante de Cameron, una caída en picado de laboristas y demócratas liberales y un repunte en porcentaje de voto para el UKIP, el partido líder de la petición de independencia de la Unión Europea. Por supuesto, dimisiones de los perdedores, discurso integrador del ganador y recepción de la Reina para comenzar de inmediato los trámites de proclamación.

Ocurrieron todas las consecuencias esperables ante un resultado totalmente inesperado por las encuestas. Todos los líderes de las formaciones políticas sabían que un fracaso electoral se traducía en dimisión, que una derrota no era una victoria histórica encubierta y que el sistema electoral, pese a que pueda castigar, no era excusa para justificar una pérdida de votos evidente. De manera paradigmática, en apenas diez horas Ed Miliband, un candidato que a las 23h del día 7 de mayo se creía primer ministro, a las 7h del día siguiente asumió el mandato de las urnas y dejó su cargo a disposición del partido.

Volviendo a la Península en la que todo es posible, el domingo pasado en España también ocurrieron todas las consecuencias esperables ante un resultado totalmente inesperado. El Partido Popular, en contra de todo pronóstico, arrasó en relación a sus expectativas, el Partido Socialista resistió al sorpasso pero siguió perdiendo cientos de miles de votos más varios escaños, Unidos Podemos se dejó un millón de electores por el camino y C's retrocedió ocho escaños.

Las reacciones de cada uno de ellos, como decía, las evidentes: el PP triunfalista, el PSOE destacando lo histórico de su resistencia, Unidos Podemos destacando que la gente ha dejado de ser gente preocupada por la gente y, por último, Ciudadanos culpando al sistema electoral de sus penurias electorales. Todos con sus medias verdades culminando el proceso electoral en un ejercicio de hipocresía y falta de autocrítica política que, si le hubieran preguntado a Rosa Díez, les habría contestado que puede implicar el principio del fin.

Por parte del Partido Popular, alegría desbordada por superar unas expectativas que, si se hubieran planteado hace tres años, habrían sido la mayor catástrofe jamás escrita. Es cierto que el punto de referencia de toda elección debe ser su inmediatamente anterior, pero no es menos verdad que gran parte de los electores del PP lo han sido como reacción a Podemos y no por pasión a su gestión. La corrupción y la ausencia de debate ideológico empañan una euforia a la que parece difícil de hacer frente no por los éxitos propios, sino por los fracasos de los contrarios.

El ánimo en el PSOE, por su parte, se corresponde más con la alegría de una derrota pírrica que con la asunción de que acaban de cosechar, por tercera vez consecutiva, el peor resultado de su historia. El planteamiento de establecer a Unidos Podemos como su máximo enemigo les ha hecho olvidar que, pese a evitar el sorpasso, la ausencia de liderazgo (con Pedro Sánchez contestado por más de la mayoría de los barones territoriales) y la ambigüedad ideológica (entre dos aguas opuestas como son Podemos y C's) hace que los ciudadanos no terminen de depositar su confianza en ellos.

Unidos Podemos fue el gran perdedor. Demostraron que 2+2 no sólo no son 4, sino que en votos son 3. Si los escándalos de Venezuela, el abandono del postureo socialdemócrata por la revolución comunista, la ausencia de Pablo y el triunfalismo injustificado han sido los causantes de la desmovilización de su electorado, nadie lo sabe. Al menos sus dirigentes reconocieron que han perdido, enfrentaron el problema y depurarán responsabilidades. Mejor la purga que la autocomplacencia, siempre.

Ciudadanos, por su parte, ha dejado salir al UPyD que llevaba dentro. Después de perder 400.000 votos y ocho escaños, la culpa de la debacle la tiene sólo el sistema electoral. No que hayan hecho una mala (y prácticamente inexistente) campaña, no que hayan pactado con el Partido Socialista en contra del criterio de sus votantes, no que hayan acosado a Rajoy hasta convertirle en víctima, no que hayan sido incongruentes a nivel ideológico o que hayan impuesto candidatos contra natura en determinadas circunscripciones. Para ellos, el motivo por el que 400.000 personas han dejado de depositar su confianza en la formación emergente es, exclusivamente, el sistema electoral. La ausencia de autocrítica es el principal motivo por el que no son conscientes de la sangría electoral que provocan sus decisiones y la razón por la que acabarán corriendo la suerte de los magentas. Si no, al tiempo.

Por último, la gran falacia común. Acusar a otras formaciones de ser los responsables de que los ciudadanos hayan tenido que volver a las urnas, porque si hubieran tomado una u otra decisión ahora el PP no tendría más posibilidades de gobernar que hace una semana. El reconocimiento expreso de todos los partidos de que con sus decisiones contra natura iban a pervertir la voluntad real de los ciudadanos (expresada de nuevo en las urnas), que era permitir gobernar a la lista más votada. La hipocresía hecha política.

Empezaba el artículo hablando de las elecciones que revalidaron a Cameron en Gran Bretaña. Ahora, como saben, él ha presentado su dimisión, el nuevo líder del Partido Laborista está en la cuerda floja y los LibDems están en proceso de desaparición.

En España, por nuestra parte, si llegamos a las terceras elecciones, la oposición puede caer hasta límites difíciles de revertir. Si nos quedamos con este Gobierno, las cesiones o la ausencia de indefinición pueden llevar a Rajoy a ser nuestro Cameron. Y lo peor de todo, España eliminada de la Eurocopa. Hemos perdido.