Desayuno cada mañana escuchando las noticias. Es una manía que la Organización Mundial de la Salud debería prohibir, porque suele producir atragantamientos, casi ahogamientos. Esta mañana, con los resultados electorales propios y ajenos aún sin digerir (aunque tampoco esperaba nada diferente) y las crudas imágenes de los atentados en la bella Estambul cuyas calles un día recorrí en inmejorable compañía, es otra estampa la que me deja helada, y eso que la sangre ya no me fluía demasiado bien tras ver a un niño desnudo y ensangrentado siendo evacuado del aeropuerto de la ciudad turca.

Comienza la sección de deportes (bueno, del deporte del balon-pie) y lo primero que presentan es a unos niños llorando como si les acabaran de matar a la madre. Asustada dejo todo lo que estoy haciendo para concentrarme en las pobres criaturas, esperando conocer qué atrocidad ha podido golpearles. Lo primero que me imagino es que han vivido otra maldita tragedia en un campo de fútbol, con heridos, bengalas, energúmenos con ganas de camorra y el deporte como excusa para calentarse las palmas de las manos.

Algo balbucean, desconsolados y entre mares de lágrimas, sin que yo entienda nada€ hasta que la voz en off del periodista me abofetea al informarme de que la pesadumbre de los mocosetes se debe a la salida de Messi del conjunto albiceleste, al que no ha logrado hacer campeón de la Copa América. Entonces me viene a la cabeza una de las palabras más escuchadas y leídas tras conocer los resultados nada novedosos de nuestras votaciones dominicales: mediocridad. Sí, la superficialidad del asunto que prácticamente se ha convertido en asunto de Estado en Argentina, comentado incluso por su presidente, me hace reflexionar sobre qué tipo de bases les estamos legando a los niños que un día habrán de dirigirnos.

En 2015 Cofidis aseguraba en su ´barómetro de la ilusión´ que la segunda profesión más deseada por los críos españoles era la de ganarse la vida como deportista profesional. Dudo que se ilusionen por la pelota vasca o el lanzamiento de jabalina. En 2013 la de político era la ocupación más soñada, según Adecco. Partiendo de la base de que toda profesión es respetable, todos sabemos las motivaciones de los pequeños al contestar a estas encuestas (desconocemos hasta qué punto dirigidas, cuidado): dinero fácil, en abundancia y sin responsabilidades de ningún tipo. Esos son los valores que transmitimos como sociedad, sin que por ello perdamos el sueño. Nos va como nos merecemos, ni peor ni, por descontado, mejor.