Ahora que ha pasado el tiempo de las comuniones, es cuando debo alegar lo que tenga que alegar, pues no es mi deseo condicionar a nadie antes, tan solo ponerlo a pensar, si es que tal facultad aún es privativa del ser humano y no se da la espalda con la razón y la lógica. Así que meditemos después del sarao, que algo habrá ´aportao´, ¿no les parece? Y analicemos esas comuniones, esas primeras, y para muchísimos, últimas comuniones, que demuestran que tan artificial devoción obedece más a una especie de acto tribal de pertenencia a una sociedad de aparato y consumo, que a ninguna otra clase de iniciación, mucho menos espiritual, aunque eso sea tan difuso e indefinido como la etiqueta que nos interesa poner de tradición. No deja de ser una torpe justificación, al fin y al cabo.

No obstant, habrá que conceder a tal institución sociomágica que malconocemos por Iglesia una ignota y cierta sabiduría arcaica, que quizá aplica automáticamente desde el Concilio de Nicea acá, aún sin conocer los motivos ni los porqués en la inmensa mayoría de los casos. El conocimiento, la cultura, la ilustración que se imponen por la costumbre y no por la sabiduría es la mayor de las ignorancias. No obstante, en alguna raíz habrá de estar la verdad, lo auténtico, ¿no? Pues eso mismo digo yo, con perdón y con permiso.

Lo cierto es que en el animal humano, a partir de los siete años aproximadamente, se desarrolla en su cerebro el neocórtex, donde se supone que comienza a implantarse la inteligencia racional de un tal ser humano que solo ha utilizado hasta ese momento la intuitiva. Hasta entonces, en el niño ha priorizado el sistema límbico (nótese el paralelismo fonético con el católico limbo), y comienza a dejar atrás la llamada ´edad de la inocencia´. Es, en cierto modo, la recreación de un mito bíblico: la expulsión del paraíso por la adquisición del conocimiento personal. Por eso la Iglesia enseñó, y aún enseña que, si a partir de esa edad, ya con uso de razón, muriese en pecado mortal, ya no es reo de limbo, si no de infierno puro, duro y maduro€ Quizá por eso se le conciencia (se intenta al menos) con una catequesis y un rito religioso compensatorio vistiéndolo de un rango muy superior al que aún ocupa „general, novia, ministral, princesa„ y agasajándolo con fiestas y regalos. El pequeño ya es protagonista de sí mismo.

Aunque eso, naturalmente, sea una mentira, un embuste, una farsa, una excusa. Porque, en realidad, los protagonistas son sus padres, los que aprovechan para, en su nombre, presumir de estatus dentro de la tribu, para echar la choza por la ventana, y para sacar cuanta tripa sea dable, probable y exigible sacar. La ceremonia religiosa, mágica y mediática, es el toque legitimador de todo exceso posterior, que arrastra una cantidad ingente de intereses comerciales y empresariales con que justificar el circo levantado: fotografía, peluquería, hostelería, trajería y trajinería, espectaculería, organizaduría de eventos y vividores del cuento. Ya existe la excusa perfecta: es, ñoras, ñores y ñiños, un sacramento dinamizador de la economía. Y aquí no hay dioso ni hijo suyoo que tumbe las mesas de los mercaderes en el templo, porque los sacerdotes y los mercaderes son los mismos que venden servicios complementarios. Son iguales, aunque de gremios diferentes. De comercio distinto€

La sociedad y la religión, la segunda más que la primera, saben que en la tierna edad gobernada por el cerebro límbico, el infante sienta y asienta los símbolos, sentimientos, dogmas, miedos, creencias, autoridad del pater-magister-clérigo€ Por eso la Iglesia intenta en su fe reclamar para sí el cerebro límbico que va a condicionar e inclinar al futuro adulto, y procura hacerlo suyo mediante la aplicación de un misterio y la oportuna catequización en ese momento adecuado. Lo que pasa es que ha de combatir con la catequesis social de apariencia, boato, hedonismo, consumo, derechos y exigencias, que también ha sido implantado por parte de la familia. Así que mejor que plegarse a ello es asociarse. Y eso es lo que se hace.

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