A casi todos, partidos políticos y electores, por diferentes motivos, la cena del domingo por la noche nos sentó fatal.

A Rajoy y a los suyos se les atragantaron los 137 escaños conseguidos, porque, al no esperarlos, se los tragaron de golpe y, una vez tragados, vieron que se trataba de un bocado envenenado. La euforia, que llevó a Rajoy a afirmar que iba a pronunciar el discurso más difícil de su vida, para luego superar la dificultad diciéndonos que los del PP son muy españoles, se tambaleaba. El PP ha mejorado sus resultados respecto a las elecciones de diciembre en doce escaños, pero se trata de una victoria pírrica, porque ni sumando los votos de Ciudadanos alcanzará una mayoría suficiente para gobernar.

Pedro Sánchez, su Hernando y el coro respiraron aliviados cuando se vieron salvados del sorpasso, tanto, que saborearon como un triunfo no solo la pérdida de votos y de escaños sino incluso la posibilidad de poder formar un Gobierno de progreso. Lo importante para ellos fue que se mantenían, sobre todo, frente a los enemigos propios.

Ciudadanos tuvo que asumir el mal trago de su pérdida de protagonismo reafirmándose en esa voluntad suya de chicos buenos que sólo quieren lo mejor para todos. Qué otra cosa podían hacer sino eso, además de, con razón, echarle la culpa a la ley electoral.

Unidos Podemos asumió como un fracaso lo que en realidad solo lo era en relación a las expectativas generadas por las encuestas. Se quedaron como estaban, con 71 escaños y solo si se considera que no avanzar es un fracaso se puede aceptar que lo hicieran.

Los ciudadanos de izquierdas, en general, hemos pasado una mala noche. Nos queda un consuelo, que el PP está lejos de la mayoría absoluta y nos queda una esperanza, que esta haya sido una noche aislada y no la primera de otras muchas malas noches.

¿Qué ha pasado? Está claro que ha triunfado el voto del miedo y que este país vota acobardado, tratando de conservar sus miserias. Una considerable mayoría de ciudadanos ha dado su confianza al partido que nos ha traído precariedad, desigualdad social y corrupción económica y política hasta la náusea. No obstante, ateniéndonos a los resultados, habría que felicitar la estrategia del PP si no fuera porque se acompaña de un cierto perfume mafiosillo y de caciquismo, más propio de viejas dictaduras que de democracias como debería ser la nuestra.

La estrategia ha sido efectiva. A través de las encuestas, los distintos medios de comunicación han conseguido convencer a la ciudadanía de que Unidos Podemos daría un sorpasso al PSOE y de que incluso podía llegar a ganar las elecciones. Con ello, se desplazaba al tradicional contrincante del PP, el PSOE, a una posición insignificante y se creaba un enemigo nuevo que, en estos tiempos difíciles, traería el desastre a España y al que se ha descalificado reiteradamente tildándolo de populista y radical, en una palabra, de ´malos´ en boca del presidente en funciones. Esta estrategia ha servido para que el PP rescatara el voto que se había escapado hacia Ciudadanos, aunque también ha servido para que los desencantados del PSOE acudieran a salvarlo de una caída dolorosa e irreversible.

La estrategia del sorpasso ha funcionado, y ha funcionado tanto que los propios protagonistas, tal vez porque viven en un mundo ideal de gente buena, se lo han creído. De ahí la sensación de fracaso. De ahí y de que todos hemos perdido una oportunidad, otra, para hacer de este país un lugar decente en el que sea posible vivir con dignidad y con las garantías sociales y de derechos que nos han sido arrebatadas. Ese es el fracaso. Pero el fracaso lo será menos si la izquierda en bloque, incluido el PSOE porque, al margen de sus dirigentes, el votante socialista es inequívocamente de izquierdas, pasa a la oposición y la ejerce de manera responsable.

No vale ahora escurrir el bulto y cargar con la culpa a los demás. No vale que Pedro Sánchez saliera el domingo por la noche a echarle la culpa a Pablo Iglesias, sobre todo cuando fue él quien se blindó contra Podemos firmando un pacto inútil con C´s. No valen ahora los reproches y las malas artes de política de basurero. Los ciudadanos de izquierdas de este país necesitamos y nos merecemos gestos que nos devuelvan la esperanza.