1973, Hidroeléctrica quería construir una central nuclear en la Marina de Cope. El ayuntamiento de Lorca convocó un pleno informativo, abierto, realmente democrático para los tiempos que corrían. La corporación, muy dividida, quería conocer la opinión de los vecinos interesados y de aquellas personas que fuesen expertos en este tipo de artefactos nucleares. Me llamó Paco Rabal: «Pedro, ahí va mi primo Pedro Costa que sabe mucho de esto. Estará a tu lado para defender el litoral». Asistí a aquel pleno. Inmediatamente supe quién era Pedro Costa. Hablaba con audacia, y con rigor. Nos saludamos. El debate fue enérgico, como corresponde a posiciones encontradas a las de Hidroeléctrica. A los pocos días el pleno del ayuntamiento de Lorca votó en contra. Lo mismo lo haría el de Águilas (en éste estaba también su primo Damián Rabal), el de Mazarrón (con Juan López a la cabeza) y el de Pulpí (con el cura, Juan Manuel). Y todo ello lo explicamos, además, en viajes con Pedro encabezando un movimiento nuclear precedente de la lucha ecologista en España: Deva, Ascó, Zorita, Cofrentes, Valdecaballeros€

En poco tiempo, creamos AEORMA, convocados por Mario Gaviria en Benidorm (curioso lugar), que era realmente una plataforma ecologista con todos los partidos de la oposición, PSOE, PCE, Democracia Cristiana€, representados por Leopoldo Torres Boursault, Armando López Salinas, José María Gil Robles€ Allí estaba también Pedro Costa. Entonces no estábamos de acuerdo con «el que contamina, paga», porque él advertía: «El que contamina, restaura». Después, dirigió una batalla popular contra todo lo que fuese deterioro del medio ambiente. El franquismo no podía entender que, desde sus propias y contradictorias leyes, un grupo de gente, presentábamos denuncias, impugnaciones e interdictos donde los frentes del capital hispano, los depredadores de siempre, querían quebrar los frágiles ecosistemas de nuestra historia y cultura natural. Y Pedro encabezaba toda aquella dinamización opositora. Una lucha sin tregua coincidía, a veces, con la soledad. Pero Pedro, no. Pedro fue el primero en toda aquella revuelta, él, quien nunca tuvo nada. Tampoco ahora, que celebramos la reedición del 25 aniversario del libro Nuclearizar España, publicado en su primera edición por la Editorial Los libros de la Frontera, y ahora por Troya Editorial, al tiempo que se celebran también los cuarenta años de defensa de Cabo Cope, un símbolo histórico para los murcianos y para la ecología de este país.

No hay nadie que como Pedro Costa haya combatido tanto, con una generosa actitud de honradez desacostumbrada, la verdad de aquella diferencia que residía en la moral. Tuvo muchos problemas con el franquismo, pero hizo de su vida un acto pedagógico y heroico en defensa de una naturaleza que se degradaba trepidantemente. Más tarde, fundó el Grupo Ecologista del Mediterráneo, combatiendo el papanatismo desarrollista del inefable Fraga Iribarne, como él afirmaba con certera sabiduría. Después, fue Premio Nacional de Medio Ambiente. Y siempre, y ahora, Pedro sigue manteniendo un desinteresado compromiso en la defensa de los bienes públicos.

El movimiento ecologista no ha seguido en España un camino de organización que buscara entrar en una profesionalidad de tendencia política, como en Alemania, por ejemplo. Y aunque en España hay partidos de los llamados verdes, la verdad es que no ha sido ese el determinismo final de los ecologistas en nuestro país. Por circunstancias complejas de analizar aquí, los ecologistas históricos, como Pedro Costa, no han sentido nunca ese deber, sino que el de valorar el crecimiento salvaje como una despensa mercantil del capitalismo frente a la racionalidad social de la ordenación del territorio, entendiendo que el medio ambiente lo es histórico y cultural porque lo es social. Pedro ha hecho de esa lucha no sólo una brava historia, sino una teoría.

Entre el salvoconducto de su formación ecológica y la virtud pública de una moral insumisa con la mentira y la depredación. Por eso, cuando consejeros, alcaldes o concejales con amigos de todos ellos, pretenden cambiar el paisaje, quebrar el equilibrio de huertas, sierras o litorales, cuando el dinero y el poder, que suelen ser la misma cosa, movilizan sus tentáculos de acero oxidado y de euro podrido contra playas, montañas o riberas, ahí está, para unirse a nuestra queja y a nuestra resistencia civil, Pedro Costa.

Y con él, celebramos ahora., los cuarenta años de lucha ecologista, que era entonces también contra las centrales nucleares, y los veintinco años de aquel libro histórico y verdadero, Nuclearizar España, el resultado del levantamiento ecologista determinante de este país contra los enemigos tan poderosos como corruptos y contra quien Costa siempre nos mostró su honestidad y valor sin límites.