Este domingo volvemos a votar después de seis meses. ¿Y qué vamos a decidir? Votaremos para si el dinero que ganamos lo gastamos en lo que nos dé la gana o su destino lo deciden Pablo y los de la 'Complu'; si la Gran Cataluña tiene o no derecho a proclamarse galaxia independiente con trato privilegiado con la Vía Láctea; si los jueces son sólo de una ganadera o de varias; o si usted y yo tenemos derecho a decir lo que nos apetezca o sólo podemos opinar si lo que vamos a decir pasa un filtro más severo que el polígrafo del Sálvame Deluxe.

Cosas todas ellas importantes, vitales para nuestra sociedad o lo que queda de ella, claro. Pero, si de algo estaba seguro hasta ahora es de que, viniera lo que viniera, al final siempre terminamos quitándonos de encima al Gobierno de turno. Los españoles somos maestros en transformar nuestras pasiones hacia alguien o algo en un odio visceral o, cuanto menos, en un vergonzoso olvido colectivo. Incluso si lo que viene nos gusta, al final nos cansamos y le sacamos pegas y reparos. Nos va la marcha, qué le vamos a hacer.

Pero en este caso, nos jugamos padecer un Gobierno que, ya sea como presidente o vicepresidente, pero en cualquier caso como cabeza visible, puede tener a quien lidera a los que tienen por programa una verdadera revolución. Hablo de quienes apelan a lo más peligroso en política, los sentimientos. Esto resulta temible porque una vez perdido el juicio y liberados todos de las correas de la razón, son los odios románticos los que toman las riendas. Y si eso ocurre, si además España deja de serlo para ser plurinacional, el sujeto político que los eligió para gobernar el país, es decir, la nación española, habrá desaparecido. Así, subsanar de nuevo por la vía del sufragio el error, que de forma tan legítima como irresponsable podemos cometer este domingo, será entonces algo más complejo.

Si los grandes medios de comunicación son aún más intoxicados, no ya con la versión oficial de un Gobierno, sino con la verdad absoluta y única que emana del amado líder, entonces será más difícil contar lo que está pasado. Y si, además, tenemos menos dinero en el bolsillo, nuestra mayor preocupación no será la libertad ni nuestro desarrollo personal, sino pagar la casa y llegar, si no con ahorros, al menos con dignidad a fin de mes.

Pocos discuten a estas alturas que España necesita una rebelión cívica, que debe ser pacífica, serena y que, en mi opinión, debe alcanzar más allá de la propia vida política. El riesgo reside en que hay quienes han estirado el concepto hasta el de revolución. Con un éxito excesivo, lamentablemente, en las últimas elecciones. De esos comicios hemos aprendido, además de la escasa capacidad de diálogo de muchos políticos, que cada cual tiene una serie de ideas o medidas a las que no está dispuesto a renunciar dentro de su particular visión de la regeneración.

En algunos casos se trata del nombre de un candidato o de un pacto por la educación, pero en otros, esas cuestiones que para la izquierda radical resultan básicas, están fuera de cualquier consenso. Intentarán llevar a la práctica esos planteamientos con un respaldo que, en el mejor de los casos, no llegaría a la cuarta parte del electorado. Eso podrá ser posible, bien porque encuentren apoyo directo, bien por la inacción o incomparecencia de terceros. En cualquier de los casos, unos y otros, nos habrán puesto ante el abismo.

Con ese panorama, cuando el ambiente está revuelto y hay quien pretende obtener un rédito por apelar a las vísceras de quienes peor lo pasan y, además, lo hacen revistiendo como nuevas ideas viejas que ya han demostrado ser catastróficas, es momento de templar y moderarse. Lo escribí hace seis meses y lo vuelvo a escribir ahora. Hay opciones a izquierda y derecha, más que nunca, para decidir qué queremos para España. Quienes creen que el Gobierno no lo ha hecho tan mal y los que piensan que otras recetas son posibles, tienen todos ellos opciones para manifestarlo en las urnas sin necesidad de quebrar nuestra convivencia. Pero con todo, ¿será posible que ahora que tenemos más pluralidad política que nunca, decidamos romper con todo y suicidarnos colectivamente?

Hasta el día 26 mantengo la esperanza de que no sea así, aunque tengo mis dudas. Algunos pronostican ya una tercera vuelta de las elecciones. De suceder, sería un fracaso, por supuesto, estoy convencido de que existe una posibilidad peor: que no haya vuelta atrás.