El otro día, un buen amigo periodista me dijo: «Hay algo que me ha parecido raro y que te quiero preguntar: ¿qué te pasa con estas elecciones? Cuando ha habido una convocatoria electoral, siempre has escrito sobre lo que iba ocurriendo: has hecho perfiles de los candidatos, crónicas de los mítines, artículos sobre los unos y los otros. Sin embargo, en esta apenas has hecho nada». Pensé durante unos segundos mi respuesta, y le dije: «La razón es que todo lo que está pasando en esta campaña me produce un aburrimiento total, una desgana absoluta, una falta de interés que también a mí me parece preocupante».

Y es cierto. Desde que los españoles pudimos votar por primera vez a nuestros representantes políticos, nunca me había sentido tan ajeno a lo que se está produciendo estos días de campaña electoral, jamás me había interesado tan poco lo que dicen unos y otros: me da igual el proceso de conversión de Pablo Iglesias de crisálida comunista a mariposa socialdemócrata, no me importa la falta de profundidad política que detecto en Pedro Sánchez, apenas me produce risa la emoción de Rajoy ante una alcachofa y me importa un pimiento la escasez de rotundidad en el mensaje político de Albert Rivera. A veces me he obligado a mí mismo a escucharlos, como en el debate a cuatro que hicieron en la tele, pero he de confesar que de vez en cuando cogía el mando y me iba un rato a ver Orgullo y prejuicio, que la estaban dando en otro canal, porque me gusta muchísimo Keira Knightley, tanto físicamente como actuando, aunque enseguida volvía porque me daba un poco de remordimiento. Además, al día siguiente, los amigos comentarían el debate y tampoco me iba a quedar allí callado como un idiota. Así que lo vi y lo escuché, pero les confieso que me importaba un pimiento quien ganara ese debate, o lo que sea.

¿Y qué ha provocado esta desidia en mí, antaño tan interesado en la vida política? Pues exactamente lo que dije aquí cuando se convocaron las segundas elecciones. Si después de tres meses los líderes políticos no habían conseguido ponerse de acuerdo para formar un Gobierno, no habían sido capaces de llegar a un pacto, está claro que había que convocar unas nuevas elecciones, pero, a mis cortas luces, cambiando de líderes. Es decir, los partidos políticos deberían haber jubilado a sus candidatos a presidente de Gobierno y haber puesto a otros con más capacidad de negociación, más flexibles que el pánfilo de Rajoy, el huevo sin sal de Sánchez, el 'mi reino por un sillón' de Iglesias, o el guapito y poco más de Rivera. Es cierto que el socialista y el de Ciudadanos los intentaron, pero fíjense de qué les ha servido: son los que más han bajado en las encuestas, mientras que el del PP, por no haber hecho nada, y el de Podemos, por haber dinamitado la posibilidad de un pacto para al menos abstenerse, van a ser premiados con más escaños. Las maniobras para ganar votos ideadas por el PP y Podemos también me han parecido burdas, aunque les estén dando resultados. Rajoy apela al miedo, a que vienen los extremistas y nos van a comer empezando por quién sabe qué parte de nuestro cuerpo. Iglesias, vestido de Santa Teresita, cada día más flexible, hablando de Suecia y de Noruega como ejemplos de la política que piensa hacer si llega a presidente (tócate la flor, María). Y del modelo Venezuela o Grecia ¿qué?

En cualquier caso, nos gusten más o menos los líderes, lo que sí que voy a hacer, lo que tenemos que hacer sin excusa alguna, es votar. Porque los partidos no empiezan ni se acaban en sus líderes, porque, por una vez y sin que sirva de precedente, en las listas de la Región de Murcia hay gente muy válida, en las de los cuatro partidos, y, salvo alguna excepción, es gente de aquí, que conocemos, muchos de ellos jóvenes con ilusión y que creen en lo que hacen. Démosles una oportunidad. A ver si me, nos, sacan de este aburrimiento.