Un espermatozoide te hace Borbón pero un óvulo te hace rey. Es rey quien le sale por ahí a la reina con el permiso de la Constitución. Tío Leandro, hijo de la actriz Carmen Ruiz Moragas, supo en el Madrid de la posguerra, a los diez años, que era hijo de Alfonso XIII. Recibió algunos cuidados, acabó el servicio militar como piloto y en 1955 accedió a la herencia, un millón de pesetas en Suiza, que es algo más que el pan con el que llegan al mundo los demás niños, excluidos los pobres, a los que se lo arranca de debajo del brazo un delincuente que aún no ha sido detenido.

Tío Leandro dedicó buena parte de su vida a reconstruir lo que no pudo ser. Se fue haciendo mayor lejos de la familia real, su familiastra, cultivando un aspecto aristocrático a la austrohúngara, como de rey y padre de su padre y rey, quizá siguiendo el modelo de los aristócratas del reino de Frigia del planeta Mongo en las páginas de Flash Gordon. Hasta los 64 años no pudo ser llamado legalmente Borbón. A partir de esa avanzada edad quiso ser infante y recibir el tratamiento de alteza real. Tendemos a pensar que es un horror ser un niño a quien personas un metro más altas le amagan un cabezazo en reverencia y le llaman alteza. Creemos que eso no puede hacer de un niño una persona normal. Con tío Leandro aprendimos que lo que parece que sobra cuando eres niño lo puedes echar en falta cuando eres mayor si no lo tuviste.

De mayores todos deberíamos querer ser infantes como lo son ahora mismo Sofía de Borbón, la hija menor del rey; Elena y Cristina, hermanas del rey; Pilar y Margarita, tías del rey y Alicia de Borbón-Parma, madre del difunto Carlos de Borbón, todas personas a las que tratan estupendamente las autoridades en general y un fiscal en particular. No todos podemos ser reyes, ni monárquicos, pero deberíamos ser leandristas y aspirar a ser bien tratados.