Hay películas que nos impresionan por diferentes razones. Algunas nos impactan por la realidad que representan, tener la certeza de que ese hecho insólito o despiadado realmente ha ocurrido y no es una historia inventada de imágenes que nació en la cabeza del director fruto de su imaginación. Hechos crueles y terribles que le sucedieron a gente como tú gracias a factores tan caprichosos como por ejemplo estar en el lugar y en el momento equivocado.

El consuelo en este tipo de film, inspirados en hechos reales, no sirve de nada puesto que una vez que apagas el televisor o abandonas la butaca del cine sabes que el dolor y el sufrimiento siguen ahí y que no terminan cuando el director dice 'corten'. A pesar de que las interpretaciones de los actores, la banda sonora y los planos de los paisajes sean excelentes el regusto final siempre es ácido porque reflejan el mal en todo su esplendor como parte indispensable de la condición humana.

De camino a casa o al restaurante más próximo esa intranquilidad, sigilosa, te recuerda a cada paso que las escenas de angustia, corrupción o crímenes que acabas de presenciar son 'algo' asquerosamente cotidiano en el día a día de ciudadanos de ciertos países que vivieron o viven bajo la tiranía de regímenes totalitarios y despiadados.

Todo esto me ha pasado con más películas de las que me gustaría reconocer, sin ir más lejos, la última vez fue el mes pasado cuando di con El clan, una película del director argentino Pablo Trapero. En honor a la verdad, reconozco que sabía más o menos a lo que me enfrentaba con este director cuyas películas de corte realista representan el nuevo cine argentino, caracterizado especialmente por films policiales, de terror y suspense.

Posee talento natural para convertir lo cotidiano, las labores diarias de la gente corriente, en una realidad interesante que puede resultar insoportable, horrorosa o lamentable. Se mueve en el drama como pez en el agua y sus películas son buenas porque abordan la realidad de la gente común con guiones estrictamente fieles que no se dejan seducir por la ficción y siguen a pies juntillas la asquerosa realidad.

Ese compromiso con la verdad de los hechos es lo que hace que el espectador se implique y al mismo tiempo se sienta atrapado por la historia desde la primera escena, viviendo los hechos escalofriantes que le suceden a los personajes como propios.

La geografía que envuelve El clan es incómoda y acogedora a partes iguales.

El espectador asiste al día a día de una familia en principio modélica que sigue costumbres inveteradas, pero felices. El desconcierto es importante, porque hay 'algo' que no te cuadra en ese ambiente de calor, refugio y complicidad que te hace sospechar que no es ejemplar todo lo que reluce y que tras esa apariencia feliz y plácida se esconde algo siniestro que ni siquiera te atreves a imaginar. Desvelar más detalles sería una mala pasada. Merece la pena conocer de primera mano los días de la dictadura más sangrienta de la historia argentina en la que policías y miembros del Ejército se convirtieron en secuestradores y asesinos.

La historia de la familia Puccio es una muestra más de las consecuencias de un país dominado por los asesinatos, las desapariciones y el tráfico de bebés. Un largo camino de terror inducido por el Gobierno que desde el principio hasta el final da miedo, mucho.