Las cosas del medio ambiente, cuando se cuentan, se difunden o se reivindican, a veces parecen cosa de cenizos, de agoreros y de pesados. Ya están otra vez estos estos pelmas de ecólogos, estos pesados ambientalistas, avisando de no sé cuántas desgracias actuales y futuras nos ocurrirán por no cuidar no sé qué aspecto de esta contaminación o de aquella necesidad de conservación de tal ecosistema. Y, sin embargo, lamentablemente y con frecuencia, estas voces del medio ambiente suelen llevar mucha razón.

Lo vemos ahora con rabiosa actualidad en la situación del Mar Menor. Decenas, centenares de pronunciamientos científicos y sociales, han venido alertando de la eutrofización de la laguna y de las previsibles consecuencias turísticas y económicas del maltrato dado tanto a las aguas como a las riberas de la más singular, hermosa y rentable lámina de agua europea. Ahora toca correr tras décadas desoyendo las alarmas, pensando además que puede haber soluciones técnicas inmediatas a un problema arrastrado de tanto tiempo y que en añadidura tiene demasiado que ver con el modelo de uso del territorio que se ha dado a toda la cuenca vertiente al Mar Menor. En la Albufera valenciana comenzaron ya en los años setenta a abordar el problema y sólo ahora es cuando se empiezan a vislumbrar resultados.

El cambio climático es otro ejemplo perfecto de por qué conviene empezar a escuchar las voces ambientalistas de manera temprana. Las graves repercusiones económicas y sociales del calentamiento global, que ahora sí que parecen reconocidas por todas las partes, vienen siendo voceadas desde hace mucho tiempo. Los agoreros se han desgañitado en todo tipo de foros, publicaciones, conferencias y movilizaciones al menos desde principios de los 80. Ha hecho falta que la realidad muestre ya a las claras los efectos perversos del cambio climático para que se vuelvan las miradas a los científicos y los ambientalistas que lo habían avisado y comiencen los acuerdos sobre la necesidad del combate del problema.

La erosión, el avance del desierto, las sequías y sus correspondientes guerras del agua, la pérdida de biodiversidad que no sólo tiene como consecuencias los impactos éticos o estéticos de la desaparición de las especies sino un amplio catálogo de problemas económicos y sociales, son otros buenos ejemplos de cómo los avisos preceden en mucho la emergencia de los problemas del medio ambiente.

Ya les digo yo, agorero como el que más, que en unas décadas tendremos otro excelente ejemplo cuando las abejas en declive comiencen a dejar de polinizar los campos de cultivo y la producción mundial de alimentos se resienta de forma significativa. Nada. Cuando eso empiece a notarse en las estadísticas agrícolas será el momento de no retorno en el que tendremos que ir polinizando las flores una a una a soplidos.

Quizás barro hacia mi propio tejado, pero quiero decir con todo esto que hacer caso pronto y eficazmente de lo que dicen estos agoreros, estos pelmas, estos pesados ambientalistas, puede ser una cosa más que conveniente para todos.