Fran Sáez, el speaker de Palacio de los Deportes para los partidos del Ucam Murcia de Baloncesto, se empeña desde el altavoz en que la afición anime al equipo al compás de «Ucam, Ucam, Ucam», pero la grada se muestra más dispuesta a corear «Murcia, Murcia, Murcia». ¿Y esto por qué? ¿Acaso el público profesa alguna animadversión a la Universidad que patrocina al exitoso club? No necesariamente. Tampoco en los tiempos en que el equipo se denominaba Juver Murcia se cantaba a la empresa de zumos, sino al emplazamiento urbano que completaba el nombre. Ocurre, para entendernos, que la afición murciana del baloncesto lo es del equipo que representa históricamente a la ciudad con independencia de su transición por denominaciones comerciales, propietarios y patrocinadores. El Ucam Murcia de Baloncesto es el equipo de baloncesto de Murcia, y así lo siente el personal. Más gráficamente: es el equivalente al Real Murcia en el fútbol. Cosa propia, emocional, compartida.

No ocurre lo mismo con el Ucam Murcia de Fútbol, a pesar de su éxito y de las excelentes perspectivas que acumula tras su ascenso a Segunda División A. El corazón de la inmensa mayoría de los aficionados murcianos está con el derrotado y desnortado Real Murcia, el equipo de toda la vida. Podría el Ucam Murcia subir a Primera y no encontraría el calor que su proeza merecería, pues la afición deportiva es especialmente leal y nadie querría verse besando otro escudo que el triangular rectilíneo y coronado. Por muchos éxitos que alcance el Ucam de Fútbol siempre quedará un vacío, una sensación de tristeza colectiva por la ausencia del Real Murcia. Y algo todavía peor: muchos aficionados, el núcleo duro, percibirán íntimamente la irritación y la rabia por el hecho de que otro equipo de la ciudad haya suplantado su lugar.

La marca de la excelencia. La Ucam, es decir, su presidente, José Luis Mendoza, está cuadrando un proyecto de gran excelencia en relación al deporte. La institución privada ha conseguido convertirse en un referente indiscutible para los jóvenes, que la consideran sin ambages «la Universidad del deporte». A esto se le llama cincelar un modelo, crear una imagen. No hay más que poner atención a la proliferación de camisetas de los más distintos modelos con la estampación de sus siglas en las calles de la Región.

De los quinientos deportistas españoles que acudirán a las Olimpiadas de Brasil, unos cincuenta, muchos de entre los mejores y más sonoros, tienen el partrocinio de la Ucam. El equipo de baloncesto se ha encumbrado a la Eurocup -algo así como la Uefa en fútbol- la segunda competición continental, y podría muy bien haber optado a la primera; el entrenador del equipo, Katsikaris, lo es también de la Selección Griega, palabras mayores en esa disciplina.

Para redondear la faena, el equipo de fútbol ha ascendido a Segunda A, con la inequívoca voluntad de aspirar a Primera en la próxima temporada. Y lo ha hecho, además, disputando con éxito la opción frente al Real Murcia, en encuentros de la máxima rivalidad. Casi perfecto.

¿Por qué ´casi´?

Veamos. Esta no es un crónica deportiva, sino política. El deporte es poder. El deporte, en general, y el fútbol en particular. Mendoza arrastra una excelente imagen de marca por su contribución al baloncesto y a las competiciones olímpicas, pero el fútbol dispone de claves sociológicas muy especiales. No basta con crear un equipo de nueva planta y conducirlo hacia el estrellato en ascensos sucesivos por las distintas categorías. Que se lo digan a Quique Pina, quien también se trabajó ese proyecto con éxito y finalmente tuvo que trasladarlo a Granada, pues en Murcia, su tierra, era tratado como un outsider que incomodaba al Real Murcia.

En el fútbol, la clave es el Real Murcia, pues en esa denominación, en ese escudo, reside el poso de sentimentalidad más profundo de la afición futbolera. Mendoza ha llegado incluso a violar ese imaginario al recuperar para su equipo, el Ucam, el territorio sagrado de la Vieja Condomina (para los auténticos aficionados del Murcia, La Condomina, a secas), pues en sus gradas fue donde se forjaron desde niños las legiones de murcianistas que hoy sufren la decadencia del histórico club. La gran afición murcianista nunca se ha reconocido en la Nueva Condomina, un espacio intercambiable, parecido a tantos y ajeno a los ritos que conforman la identidad de la afición. Por eso, la intrusión de Mendoza en la ´vieja casa´ ha sido especialmente dolorosa para los sufridos pimentoneros, aunque cabe pensar que la decisión del dueño de la Ucam estaba bien calculada para tratar de reciclarlos a su nuevo club, ayudándoles así a compensar sus frustraciones y que volvieran a vivir las pasiones esenciales. Ahí calculó mal. El murcianismo futbolístico es indomable, y está acostumbrado a los reveses. No se cambia fácilmente de camiseta.

Fútbol y negocios. Pero ¿qué ha pasado con el Real Murcia? En síntesis: pudo haber desaparecido ya a mediados de los 90, pero apareció providencialmente Jesús Samper para unir mediante la bisagra del club un proyecto económico al proyecto político del alcalde Miguel Ángel Cámara. Éste le concedía recalificaciones, licencias, autorizaciones para centros comerciales y le ponía tranvías gratis total a cambio de que salvara al club y lo ascendiera a Primera para satisfacción psicólogica de una ciudad que acabaría gratificando con votos de por vida a su alcalde, aunque éste, por lo que deriva del caso Umbra, parece que también aspiraba a otras gratificaciones. Samper, con dinero e influencias, cumplió su parte a plazos: ascendió dos veces al Real Murcia de Segunda a Primera, y una vez de Segunda B a Segunda A coincidiendo con la fecha misma de las elecciones municipales; en la temporada siguiente de cada ascenso, permitía que el Murcia descendiera para evitarse grandes inversiones económicas, y así hasta las nuevas elecciones. Pero cuando el negocio del ladrillo capuzó, el Murcia empezó a caer en picado: hoy debe cuarenta millones de euros, que se dice pronto, y está condenado a la Segunda B. Al final, ha caído en manos de gestores estrictamente murcianistas, tan voluntariosos como inhábiles económicamente, y el intento de atraer inversores será baldío, pues no hay ya negocio urbanístico ligado al fútbol.

En este punto del relato traigo la pregunta del titular: ¿qué haría usted si fuera José Luis Mendoza? No hay duda: compraría el Real Murcia. Con esa marca obtendría el poder social y político -basado en el sentimenta- que no obtendría ni con el Ucam Murcia en Primera División, aparte de que no hay equipos en esa categoría que luzcan marcas comerciales, sino exclusivamente denominaciones locales. Con la ficha de la Segunda A del Ucam podría poner al Real Murcia en Primera División si invierte bien para la próxima temporada y nombra gerente del club a un ejecutivo que disponga del plácet de Tebas, el presidente de la Liga de Fútbol Profesional. La síntesis perfecta sería la camiseta y el escudo grana con las siglas de la Ucam, como patrocinadora, en el frontal.

Fútbol y poder. Parece fácil, pero ¿quién compraría un club que debe cuarenta millones de euros? En realidad, lo ineludible es que hay que pagar cinco millones a Hacienda en septiembre, justo cuando a la Ucam le entran por las ventanillas de los bancos los, pongamos, cien millones de euros de las matriculaciones de alumnos. Calderilla. Y los otros 35 se pueden negociar, pelotear, desplazar, prorratear... ¿Qué valor supone la marca Real Murcia? Es incalculable en términos sentimentales -por tanto, políticos y económicos- y más cuando se busca desesperadamente a un salvador, a un héroe ´desprendido´ que la rescate a riñón. Mendoza podría comprar el Murcia por un euro, como hizo el Banco Sabadell con la CAM, o acudir a la ampliación de capital con los cinco millones de Hacienda. Siempre habrá alguna manera.

Se dirá: Mendoza ya tiene mucho poder en la Región. Véase: el ayuntamiento de Murcia, aun con minoría del PP, anda buscando la fórmula para autorizarle las construcciones ilegales que levantó en el campus universitario sin haber hecho uso de los terrenos que el Consistorio de Cámara le cedió gratis total, y la Comunidad Autónoma le ha otorgado permisos para que los alumnos de Medicina de la Ucam hagan sus prácticas en los hospitales públicos aun contra informes jurídicos internos de la propia consejería de Sanidad, además de que le han sido autorizadas todas las carreras que ha solicitado incluso contra los intereses de la Universidad pública. Sí, pero el poder no tiene fin. El poder, en Murcia, consiste en llenar cada mes de mayo „o al menos cada cuatro años, antes de las elecciones de junio„ la Redonda de Murcia de ciudadanos enfervorizados que vistan la camiseta grana. A quien disponga de ese poder no le rechistará ni Dios. O sea.