En estos días los chicos y chicas que han aprobado el Bachiller andan haciendo los exámenes de Selectividad, o PAU, una prueba que, como antes las de reválida, que van a volver si un cambio político no lo remedia, siempre me ha parecido un error total. En mi opinión, la enseñanza a lo largo de la vida de los alumnos debería estar basada en la confianza de todo los estamentos educativos entre sí; es decir: los alumnos que van pasando de nivel, de primaria a la ESO, de ahí a Bachiller y después a la universidad son evaluados durante años por los profesores que les dan clase. En cada ciclo, han sido observados, se les ha sometido a decenas de pruebas para comprobar sus conocimientos, se sabe cuál es su carácter, sus aptitudes y actitudes antes cada asignatura. Todo eso ha dado lugar a una nota que resume el trabajo de un año. ¿Para qué demonios sirve un examen hecho un día y corregido por otro profesor? ¿Cómo está el chico o la chica ese día? ¿Y si, por casualidad están enfermos? ¿Y la carga de nervios que llevan encima? ¿Cómo puede valer esa nota lo mismo que la que resume todo un curso o varios?

Se dice que la nota de la PAU iguala a todos los alumnos en el sentido de que pueden haber estudiado en diferentes centros en los que los criterios de evaluación sean distintos. Es más, se dice que puede ser bueno disponer de esa nota porque ciertos centros -en una alusión clara a algunos privados o concertados - inflan las notas de sus alumnos para que puedan acceder con más facilidad a las carreras en las que se exige calificaciones muy altas. En una estructura de la enseñanza que funcione bien estos casos no podrían darse nunca. Si existiera una inspección directa y continua de todos los centros, tanto públicos como privados, se sabría qué niveles están impartiendo, qué programaciones llevan, qué nivel alcanzan y cómo se evalúan los conocimientos. Pero no por lo que dicen los centros, sino por las inspecciones que se han llevado a cabo para tener un conocimiento total de lo que se hace y de cómo se evalúa, estableciendo las correcciones al sistema que este necesite.

A mi juicio, cuando un alumno acaba su bachiller debería -como se hace en un montón de países- solicitar plaza en una universidad adjuntando su historial académico. A esa universidad y a la facultad a la que quiere acceder le corresponde valorar las posibilidades del/la solicitante para desarrollar los estudios que quiere hacer. Podría además querer tener una entrevista personal, incluso realizarle un test de aptitudes para la carrera solicitada, pero, como decía arriba, es menester que los distintos estamentos educativos por los que pasa el alumno tengan confianza entre sí, es decir, que si alguien, después de un año, ha considerado que la nota de matemáticas de un alumno es un notable, es porque es un notable para todos. La formación y preparación para ir a la universidad está hecha, y la universidad se la cree. Ahora, si tiene que hacer una selección porque no dispone de suficientes plazas, serán las aptitudes del solicitante y su vocación para esos estudios los que proporcionarán a los especialistas universitarios en esa materia los criterios para dar las plazas. Pero no más exámenes de matemáticas ni de otra materia.

Cuando comencé a trabajar en la enseñanza existían las reválidas: una en 4º curso de bachiller y otra en 6º. Siempre me parecieron mal aquellos exámenes. Las asignaturas se calificaban en grupos: algo así como Ciencias, Letras y otras, y los alumnos debía aprobar aquello para poder seguir su camino hacia la universidad. A veces, les quedaba un grupo y debían repetir el curso y volver a presentarse. Aquellos alumnos, al repetir solo para el grupo que les había quedado, solían perder hábito de estudio, olvidar los conocimientos de lo que habían aprobado y generalmente acababan fuera del sistema en un porcentaje bastante alto.

Luego vino la Selectividad y otra vez se creó el mismo problema. Suspenden pocos, pero el resultado el mismo. Y ahora quieren volver con las reválidas. Un puñetero atraso, a mis cortas luces.