Siempre he dicho que la vida sucede a la vida, y que el concepto de muerte es la antítesis de lo que inventó en su día la Naturaleza. Hay una continuidad en nuestra carrera de relevos, y, sin ánimo de polemizar, porque, además, no sabría ni cómo ni sobre qué hacerlo, sí creo que debo defender el ejemplo humano como la muestra de lo más sano que nos rodea.

Por ello es bueno que nos abracemos a la gente auténtica, ésa que nos propone alegría e ilusión como base de un sistema que se inventó hace años para ser felices, y no para que nos vendan estrategias que no van a parte alguna. Hagamos caso a nuestro interior cuando se aborda en paz ante los comportamientos de los que nos envuelven. Cuando nos hallemos intranquilos, fundamentalmente cuando no sepamos el porqué, lo que debemos hacer es distanciarnos de los focos emisores de esa actitud.

En ese rozarnos con las personas más auténticas, siempre hay un factor suerte, un concepto sobre el que conviene que trabajemos, porque, aunque les parezca mentira, creo en la suerte, sí, pero nunca en la mala. Por eliminación pueden interpretar cuál ha de ser la óptica a emplear.

Como base de análisis y hasta de interpretación debemos indagar para descubrir, y hemos dar la vuelta a la tortilla cuando ésta no es de la guisa anhelada. Todo riesgo, todo combate perdido, es una oportunidad para otra etapa posterior. Se aprende más de los errores, de las detenciones, de los golpes, de las crisis, que de los éxitos, a menudo injustos porque, si lo pensamos seriamente, no pueden llegar a todos en su ´desproporción´.

La otra tarde, a cuenta del cumpleaños de mi hijo, tuve la suerte de compartir mesa y conversación con Pepe. Alguien más se incorporó: juro que a éste otro le debo más de una reflexión, porque de ambos aprendí mucho, pero el artículo de hoy se lo dirijo a ´Pepe´ por muchos elementos de juicio que se suman a las diversas comuniones que hemos tenido este año.

Me encanta poder hablar así (como les contaré) de una persona, sobre todo porque lo realizo desde el corazón, sinceramente. Nuestro Pepe es el ejemplo de español bien nacido, como lo es la inmensa mayoría. Pepe es un tipo bueno (lo más importante), forjado a sí mismo, conducido por un afán de superación, de esfuerzo, de cariño, que hace de él un hombre especial en la etimología más propia del término.

Posee intuición y se nota que tiene un bagaje íntimo y profesional que impacta con una naturalidad que, cuando uno lo piensa, aún sorprende más. Es un buen samaritano, de esos que la crisis nos invita a otear en lo cotidiano. Tiene el conocimiento que nos decía Anthony Quinn en Las sandalias del Pescador, pero posee algo más importante aún, que también resaltaba como esencial, es caritativo, ayuda, se preocupa, se inmiscuye, siente, padece, no niega, se desnuda ante la realidad, y en ella renace cada amanecer.

Subrayo al final lo más destacable: es maestro, un profesor que conoce y comparte, al que quieren sus alumnos, al que respetan porque lo admiran y porque deja luz por donde transita, esto es, allá donde coloca ese sombrero virtual que porta aunque no se divise físicamente, como se glosaba en una canción de hace unas décadas, que recordaba que este objeto era el signo del hogar.

Y es que, como referían los constitucionalistas ingleses, cada cual busca hacer de su casa su castillo, y no en un sentido belicista, sino como monumento existencial. Me vale este ejemplo, y Pepe, si lee este artículo, sabrá de qué estoy hablando, porque este Pepe celestial se encontró, como el buen samaritano, a un niño desvalido, y supo gestionar la situación para que se convirtiera en rey. ¡Luego dicen que no hay milagros! No los disfrutan aquellos que no quieren.

Desde entonces, desde aquella situación bien activada, desde ese trono mágico, desde ese preciso instante, tengo para mí como muy transparente que debo pisar por donde él deambula, porque, como acontece a tantos maestros de nuestro entorno, el terreno donde se planta, como le dijeron a Moisés, es sagrado. ¡Pepe, gracias por ser tan bueno en todos los perfiles! Seguiremos aprendiendo de ti, porque en ti hay vida, ésa que, pese a las crisis, siempre se abre camino, al igual que el ecosistema.