He visto el controvertido spot del bar de Ciudadanos. Siempre no va a acertar uno. Sí, ese en el que un cliente bienintencionado se marca una parrafada de consideración que los presentes escuchan en medio de un silencio reverencial a pesar de que dos segundos antes han ido dejando caer uno tras otro que siguen más cabreados que un mono y que la esencia de tomarse unas cañas resida, como es bien sabido, en discutir a grito pelado para intentar además que al final corra con la cuenta el se ha tirado el moco. Pero no. Estos mesones bendecidos por los emergentes no huelen y sus avíos relucen como lavados con perlán. La presencia en la tele del candidato de la formación recoge el bomboncito que le han puesto en bandeja desde la santurrona barra y promete que quiere situarse a nuestra altura porque, salvo lo jodidos que andamos, nos lo merecemos todo. Lo bueno de tener una visión así de los baretos es que el viaje a Lourdes te lo ahorras.

El atracón de mermelada viene a los pocos días de que la temporada de Salvados no se privara de colocar sobre las tablas a Pepe Sacristán. Cree estar casi convencido de que ha encontrado un lugar en el mundo rodeado de los suyos y porque, a los ochenta tacos, se mira por las mañanas y «se reconoce en el capullo ese que se ve en el espejo». Pero como siempre ha sido un tipo comprometido, sufre. Y al ser rematadamente rojeras, sufre más aún. «Lo que afecta a la izquierda proclama es la falta de contundencia a la hora de la defensa de unos valores morales». Aunque en el cine y en el teatro debe haber hecho todos los papeles habidos y por haber desde que formara pareja con Carmen Sevilla a la que se refiere con verdadera veneración, nunca ha renunciado al de ciudadano mucho antes de que a portadores del pensamiento único les diera por satanizar a los integrantes de la farándula en cuanto sueltan lo que sienten.

Por la visión y la interpretación de la realidad solo se puede concluir que estamos ante un reputado actor.

Albert, claro.