Económicamente, es un resultado atractivo para cualquier fortuna, pero la realidad es que en la actualidad familiar, social, empresarial y política, el título de este artículo puede aparecer y aparece subrayado como algo utópico. Son demasiadas las cuentas que no cuadran y multiplican hasta cifras espeluznantes el número de personas que carecen de lo más básico para mantener unas dignas condiciones de vida. Lamentarse no conduce a nada. Compadecerse es abrir de par en par las puertas de la esperanza para todos, porque dar, comprender, ayudar, compartir y, en definitiva, querer y ser queridos contribuye a la paz y alegría generalizada que no es otra cosa que la felicidad, cuenta que cuadra el debe y haber de la existencia.

La vida pasa tan rápido que vamos cumpliendo años casi de modo automático, con actitud más o menos festiva, apagando velas de manera real o virtualmente. Sonriendo en cada cumpleaños feliz o resoplando ante cada tecla que no funciona como antaño. Como decía aquel viejo aforismo «¡No pasan los años para usted!...». «No, no? ¡se quedan!». Y van cuadrando las cuentas.

Aprender a contar, un poco más que con los dedos, requiere práctica y tesón, al tiempo que saber lo que llevamos entre manos porque es mucho lo que no hay que tener en cuenta si queremos ser ágiles en la asignatura, común a todos, que es vivir. «Ama y haz lo que quieras», afirmó contundente San Agustín. Se ve que se sabía al dedillo la epístola de San Pablo que se suele leer en la mayoría de las celebraciones litúrgicas del matrimonio: «El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta?». A ver si nos cuadran estas cuentas.

Hoy acaba el mes de mayo, tiempo de romeros, mes mariano por excelencia, de ir y venir, ¡que vamos casi todos! Con flores y mil cosas más a María. Visitamos sus santuarios desde la más tierna infancia, de la mano de nuestros padres, luego con profesores y compañeros de colegio, con algún amigo o con muchos. Sin hacer ruido o formando una gran algarabía de piropos, cantos y oraciones a La Virgen de nuestra devoción. «De nuevo aquí nos tienes», le cantamos entusiasmados. También le rezamos su oración preferida, el Rosario. Cuenta a cuenta, una avemaría tras otra, hasta cincuenta. Nos distraemos quizá, divagamos, intentamos centrarnos en cada misterio contemplándolo. La Señora de cielo y tierra nos mira, no deja de mirarnos. Nos espera, no deja de esperarnos. Sonríe con nuestras cosas y nunca deja de ayudarnos. Hasta rezar sin saber rezar. Nos quiere a su lado. Como las madres.

No sé qué es lo que pasa, no importan debe y haber. Su cuenta de cariño siempre tiene abundante saldo. ¡Cuentas que cuadran!