Conocen el gag de Faemino y Cansado en el que el primero está con un cigarrillo y el segundo le espeta: «Caballero, aquí está prohibido fumar». «Pero si yo no estoy fumando», contesta el alto del dúo con ademán de sorpresa, mientras echa el humo al rostro de su compañero de disparates. «Qué va, qué va, señor, yo no estoy fumando», insiste, tras una segunda calada larga cuya exhalación hace desaparecer tras una fumarola a su interlocutor. Este diálogo absurdo, que es divertidísimo cuando lo protagonizan unos humoristas extraordinarios como los susodichos ante un público entregado, es mucho menos jocoso cuando lo interpretan nuestros políticos pillados in fraganti. Y últimamente a muchos les ha dado por meterse a cómicos aficionados, aunque sin mucha gracia. La Asamblea Regional ha puesto al descubierto que la nueva política -esa que venía representada por los valores del cambio y de la honestidad; esa que iba a atajar la corrupción que se había instalado en nuestra democracia; esa que no iba a consentir lo que habían hecho los partidos que hasta la fecha habían ostentado el poder; esa que nos iba a hacer más felices- parece la política de siempre. Qué pronto aprendemos lo malo. Y qué bien diseñamos los argumentarios. Ciudadanos y Podemos se han equiparado a Partido Popular y al PSOE, aunque es cierto que aún no con la profesionalidad y entrega de los veteranos (esperemos que, aunque adquieran experiencia en puestos de gobierno, no los igualen).

Ciudadanos desvió cerca de 22.500 euros de la asignación de su grupo parlamentario a pagar gastos electorales; Podemos hizo lo mismo con 467 euros. Ambos, supuestamente, contravinieron la Ley Orgánica de Régimen Electoral Local. Nadie debe preocuparse, no obstante, ante lo que nuestros portavoces parlamentarios señalados califican de «error» (en esto de buscar eufemismos sí que son campeones nuestros políticos), aunque la Intervención de la Asamblea se empeñe en decir que se trata de «un incumplimiento de la ley». En el fondo, «errata o equivocación o fallo» e «ilegalidad» vienen a ser sinónimos en el lenguaje político, aunque en la disciplina de la semántica tengan significados distintos. Es cuestión de matices, ya lo saben los que pervierten el lenguaje. E insisto en que nadie debe preocuparse, porque ya han dicho nuestros políticos que ellos son los campeones de la «transparencia», esa palabra mágica que han logrado prostituir en tan poco tiempo y cuyo significado es -otra vez más- diferente dependiendo de quien lo utilice.

Permítanme un último apunte del informe de la Intervención parlamentaria, con el que seguro que se van a reír: «La mayoría de los gastos de la subvención por valor de más de 950.000 euros que los cuatro grupos parlamentarios recibieron en el primer medio año de legislatura no son necesarios para su funcionamiento». Nuestros políticos no llegan a la altura de Faemino y Cansado, pero no desfallecen en su intento.