Pedro Rodríguez se levanta, como cada día, a las 6 de la mañana. Ha adquirido un compromiso con la sociedad y no puede faltar a su cita casi diaria. Está deseando ver a sus protegidas. ¿Estarán bien? ¿Les habrá faltado comida? Las mismas preguntas cada día, el mismo nudo en la boca del estómago mientras conduce su jeep por los caminos rurales.

Sabe que de él dependen muchas vidas. Y no nos referimos sólo a las de sus diminutas amigas. En parte, tiene en su mano preservar el ciclo de la naturaleza que a su vez es el que nos asegura la supervivencia a los humanos. Por ir al grano, Pedro salva vidas. Pero no es bombero, médico o policía. Pedro es apicultor.

En los últimos años ha muerto entre el 30% y el 40% de la población mundial de abejas. Estas diminutas amigas son los únicos insectos multitareas conocidos: mientras elaboran su miel son capaces de producir de forma indirecta el 25% de los cultivos más nutritivos e interesantes para nuestra dieta, así como de ciertos cultivos forrajeros necesarios para la producción de carne y lácteos. Todo esto sin olvidar que, junto con otros insectos, las abejas son las responsables de la polinización de un 90% de la flora silvestre. En este sentido, casi podríamos afirmar que las abejas son las responsables hasta del aire que respiramos.

La importancia de las abejas en la supervivencia humana es vital. A pesar de ello nos empeñamos en hacerles la vida imposible con el empleo de insecticidas, la intensificación de la agricultura, el cambio climático y otros inconvenientes más. Para combatir con estos y otros males, las abejillas cuentan desde tiempos inmemoriales con un fiel defensor olvidado por la sociedad. Se trata de un héroe sin capa, pero con sombrero y redecilla, que lucha por la supervivencia de cada colmena, haga frío o calor, llueva o nieve, sea día laborable o festivo. En este sentido, podríamos considerar a los apicultores los verdaderos salvadores del mundo. Son especialistas en medicina, nutrición, química, meteorología, economía, botánica, biología, pero también dedicados ebanistas, pintores, ferreteros, y sobre todo, amantísimos padres de estos seres tan importantes para nosotros.

Nadie como ellos se preocupa por evitar las enfermedades producidas por diferentes parásitos, de que estén bien alimentadas en periodos de escasez de flores o su transporte a zonas donde la floración todavía perdura. Nadie como ellos está permanentemente alerta de los avances que surgen para combatir los nuevos peligros que, día a día, el ser humano insiste en colocar para terminar con la supervivencia de las abejas y otros insectos. Todo, para devolvérnoslo de forma desinteresada a través de la supervivencia de nuestra especie.

Por todo esto, el beneficio de los apicultores está muy por encima de la producción de miel. Se estima que los beneficios económicos globales por su acción indirecta sobre la polinización ascienden a un total de 265.ooo millones de euros en productividad. Por supuesto, como en cualquier valoración de un servicio ecológico, si éste se ve comprometido, su valor tiende a infinito al resultar irremplazable.

Hoy 20 de mayo, celebramos el Día Mundial de la Abeja. Sin duda, es el momento idóneo para reconocer a Pedro y a los veinte millones de apicultores repartidos por todo el mundo, su dedicación desinteresada, su servicio a la sociedad y su amor incondicional. Quizás algún día sea lo que nuestros hijos quieran ser de mayores.