El respeto no tiene grados, decía Simone Weil. Así lo confirmó el Tribunal Supremo de México al avalar hace casi un año los matrimonios homosexuales oficiados en el país de los burritos, quitándole la razón a quienes se oponían a la felicidad ajena argumentando que el enlace social (religioso o no) de una pareja se cimentaba en la procreación. Ni muchos menos, contestó el alto Tribunal, todo lo más en la protección de la familia. Desde entonces los mexicanos que desean compartir su vida con otra persona de su mismo sexo con todos los derechos y obligaciones legales que acompaña a dicho estado civil pueden hacerlo oficialmente, aunque sólo en una pequeña porción del país. Coincidiendo con la celebración del Día Internacional contra la Homofobia (17 de mayo) su presidente, Peña Nieto, anunciaba su empeño por contagiar al resto del país promoviendo la reforma de la Constitución para que ésta recoja «como un derecho humano que las personas puedan contraer matrimonio sin discriminación».

Valiente decisión la de oponerse a las zancadillas contra la justicia, porque lo fácil es rechazar la diferencia sin más, sin argumentos. Que se lo digan al señor Mendoza, lo de la valentía, digo. El mismo día en que el presidente de México tomaba el camino con piedras por miles de sus conciudadanos, el presidente de la UCAM decidía no dar la cara en los juzgados de Murcia, en un acto de conciliación con el colectivo No te Prives. El tinglado lo montó Mendoza en los muelles de su universidad al afirmar públicamente que el matrimonio entre personas del mismo sexo es «una abominación a los ojos de Dios». Hace mucho que no practico la religión en la que fui educada, pero por pretender que se sabe lo que Dios piensa o ve? ¿no le sacan a uno tarjeta roja? Ya les digo que olvidé cómo se juega a eso de ser ejemplo a seguir.

Esa oposición visceral a los gustos y preferencias (no criminales) de otras personas sólo puedo interpretarla con una palabra: miedo. Si tuviera la oportunidad de volver a entrevistar al señor Mendoza le preguntaría por estos temores que le llevan a descalificar desde su privilegiada posición a quienes no sienten y viven la existencia como él.

¿Por qué no rechaza con la misma pasión a la legión de violadores de niños que se ha escudado durante años en ese Dios que presenta como inmisericorde discriminador? Ése sí hubiese sido un inicio de curso de portada. Por suerte, a la mayoría de personas que decide no privarse, rechazos como el del presidente de la UCAM sólo suponen una ridícula anécdota que se olvida tan pronto terminan de leer el artículo.

¡Viva México!