Algo más habrá que reconocerle a Podemos. No ya sólo que recogiera el impulso de aquel movimiento que hace cinco años salió a ocupar las plazas un 15 de mayo y lo llevara, en palabras del hoy candidato por Almería, Julio Rodríguez, «de la indignación a la implicación». No ya sólo que haya obligado a los partidos de antes a renovarse en actitudes e ideas y a rejuvenecer sus plantillas. Ahora tendremos que reconocerle, además, que haya dado relevancia al Senado, esa otra cámara cuyo presupuesto en el 2015 fue de 51 millones de euros, calderilla si lo comparamos con otros gastos y desviaciones, pero que, dada su utilidad, puede parecer incluso escandaloso.

Contradiciendo una vez más el radicalismo que se le atribuye, Podemos no ha propuesto pegarle fuego al Senado, ni siquiera ha propuesto cerrarlo, que es lo que a todos, menos a quienes se benefician de los salarios (37.518 euros al año, sin contar las pagas extra ni las dietas), nos pide el cuerpo entero, cabeza incluida. Lo que ha propuesto Podemos es presentar listas conjuntas que permitan evitar las mayorías absolutas de las que viene disfrutando el PP.

No voy a opinar sobre la negativa visceral del PSOE a esa posibilidad. Gestionar una agonía no debe ser cosa fácil y ellos están en la suya, aunque nos cueste pagarla a nosotros. Creo que lo importante ahora es que el Senado ha sido nombrado, por primera vez que yo recuerde, en una campaña electoral o preelectoral. El Senado es la cámara oculta o la cámara tonta, tanto que jamás se ha interesado nadie por realizar una encuesta que recoja la intención de voto. Pero ahora que el Senado ha sido nombrado, es un buen momento para pensar en él.

Como sabemos, nuestro sistema de representación, nuestro Parlamento o poder legislativo, como en otras muchas democracias, es bicameral. Al Congreso de los Diputados le corresponde hacer las leyes y al Senado hacer una segunda lectura de las mismas, darles el visto bueno, modificarlas o rechazarlas. Esta sería una tarea importante si el veto sirviera para algo más que para obstaculizar y ralentizar. El problema es que solo sirve para eso, para perder tiempo, porque los proyectos de ley vuelven al Congreso, que es el que finalmente decide sobre el veto y las enmiendas.

George Washington dijo aquello de que el Senado sirve para enfriar las iniciativas legislativas, claro que Washington no era español y, por lo tanto, ignoraba que aquí, como se ha podido comprobar, por ejemplo, con las leyes del aborto, del matrimonio homosexual o del Estatuto de Autonomía de Cataluña, el frigorífico está en el Tribunal Constitucional. No obstante, esa justificación que hizo Washington del sistema bicameral no anulaba la validez de su crítica al mismo: si las dos cámaras dicen lo mismo, sobra una; si se oponen, se paraliza el sistema. Conclusión, en cualquier caso sobra una.

Aquí se creó el Senado para que los franquistas de más solera tuvieran una vida plácida, acompañada del reconocimiento honorífico y de la recompensa económica que merecían por los servicios prestados. Luego, se convirtió en una especie de trastero de lujo, de retiro dorado para políticos acabados. Un retiro que los españoles, generosos nosotros, les pagamos con gusto. ¿Será por dinero?

A pesar de que todo el mundo sabe que el Senado representa un gasto inútil, en los cuatro meses de la legislatura fallida ha servido para meter miedo. Rajoy amenazó, sin cortarse un pelo, con que si se alcanzaba un pacto de izquierdas, el Senado bloquearía todo lo que saliera del Congreso. Y Albert Rivera, que se ha criado en la misma escuela, no solo aceptó como buena la amenaza de Rajoy sino que, al parecer, convenció a Pedro Sánchez, quien abandonó toda tentación de mirar a su izquierda. Al final, les faltó tiempo para la gran coalición y, en definitiva, para salvar a España.

Gracias al reparto electoral en 56 circunscripciones provinciales y a la ley D'Hont, los más o menos 266 senadores que se elegirán el próximo 26 de junio serán en su mayoría del PP. Pero también, si hemos de seguir sus propios argumentos, gracias a la negativa del PSOE que, invocando a la coherencia, ha prohibido la formación de listas conjuntas de la izquierda en las distintas autonomías. ¡Gracias por la coherencia!