Al iniciar esta columna soy consciente de que alguien me va a tirar de las orejas y me va a mirar mal, pero es el riesgo que tenemos los que pensamos en voz alta.

De vez en cuando, por motivos de trabajos de investigación, me asomo a distintas clasificaciones mundiales -dos, fundamentalmente, hospitales y universidades-. En esta ocasión ha sido universidades. Una de las mejores listas, y solventes, las realiza el Center for World University Rankings (CWUR) que en su último trabajo (sólo clasifica a las mil mejores universidades del mundo de entre las 25.000 que hay) sitúa a cuarenta universidades españolas entre las susodichas mil. Los parámetros que maneja son: calidad de la enseñanza, publicaciones en revistas científicas de impacto, número de patentes internacionales y cantidad de citas de los trabajos publicados por los investigadores.

Repasando nuestras cuarenta instituciones, nos encontramos con que la mejor situada es la Universidad de Barcelona (puesto 116); entre otras tenemos la Universidad Complutense de Madrid (228), Universidad de Navarra (338), Universidad de Murcia (799) y Universidad de La Coruña (999). No aparecen la UPCT (Universidad Politécnica de Cartagena) ni la UCAM (Universidad Católica San Antonio).

Sólo una universidad entre las primeras 200; se han caído dos respecto a la anterior clasificación. Me preocupa y mucho la pérdida de prestigio

de nuestras universidades. No perdamos de vista que la forman tanto profesores como alumnos€ profesores que antes han sido alumnos a su vez. Estoy seguro de que estos profesores habrán constatado que los niveles académicos, respecto a los suyos, han descendido de manera alarmante. Y alguien que lleva en este mundillo muchos años puede afirmar, sin peligro a equivocarse, que las exigencias docentes cada año que pasa son más bajas que el anterior. Una explicación simple es que hay muchas universidades y a la hora de captar clientela las facilidades intelectuales son abrumadoras. A esto se suma que la llegada a la universidad es un camino sin obstáculos. Desde que uno entra al colegio hasta su acceso a los estudios universitarios no se encuentra una sola barrera y, francamente, no todo el mundo tiene que ser universitario de la misma forma que no todo el mundo tiene que ser fontanero o criador de ganado, por ejemplo.

Yo soy partidario de la selección natural en los estudios, de que lleguen a la universidad los que realmente estén preparados y una forma de criba es ´la reválida´. Evidentemente, facilitando salidas alternativas a quienes no la superen.

Veamos, quien esto escribe es de una generación que hacía examen para ingresar en el instituto (escrito y oral). Cuatro años de bachillerato elemental y reválida para acceder al bachillerato superior. Dos años, 5º y 6º, y reválida para cursar el Preuniversitario, con examen posterior en la universidad para poder matricularte en la carrera correspondiente. Si la carrera era de ciencias, el primer curso se denominaba ´Selectivo´ -había que aprobarlo para seguir cursando la carrera-. O sea, hasta ingresar en la universidad, tenías cuatro filtros que seleccionaban al personal y, de verdad, no estamos traumatizados ni estigmatizados.

¿Por qué ese miedo o rechazo a algún tipo de filtro? ¿De quién es el miedo: de los profesores o de los alumnos? Pienso que hay mucha hipocresía por medio. Si el docente es bueno, se preocupa de su asignatura, mima a sus alumnos y los motiva no tendrá problema en que sus pupilos hagan las pruebas que se pudiesen establecer. Por otra parte se dice que las reválidas son exámenes muy memorísticos y de poco razonamiento€ Falso de toda falsedad. Ya quisieran los alumnos actuales tener como maestros a la gran mayoría de los que yo tuve la suerte de disfrutar. Una simple nota, y repito que sé de qué hablo, hoy día el razonamiento en los alumnos no existe al tiempo que falla alarmantemente la lectura comprensiva. Por favor, menos demagogia y más dedicación. Como todo en la vida, hay dignas excepciones.

Desde aquí solicito una política educativa común, y seria, a todo el Estado y protegida de cambios políticos.